Diego Igeño
Era mi intención continuar en esta modesta colección de artículos con mis reflexiones un tanto introspectivas de los últimos tiempos, pero he aquí que la realidad me ha impuesto su presencia y me ha obligado a volver la vista sobre ella.
Lo primero que me ha llamado la atención ha sido que el alcalde de Madrid, ese que está a la sombra de Ayuso y hace todo lo posible por sobrepasarla para salir del anonimato y la escala de grises, sobre todo, si eso significa acercarse a los exabruptos de la extrema derecha, el ínclito Martínez-Almeida, ha decidido recuperar el nombre del “Crucero Baleares” para una calle de la capital. Eso significa que, una vez más, pese a ser el representante de una formación demócrata, un dirigente popular se siente poderoso para hacer un guiño al pasado franquista de este país. Podrá alegar el primer edil que no hace sino acatar una decisión judicial porque esa vergüenza de reponer el nombre a la vía que Carmena había quitado viene amparada por una sentencia de los tribunales que, a instancias de Vox, entendió que el “Baleares” no significaba ninguna exaltación de las que condena la ley de Memoria Democrática. Como ese traje le viene a la medida al Señor Almeida, no ha dicho ni mu. El problema es que se ha elegido -no sé si por desconocimiento o por chulería- al protagonista de uno de los más atroces comportamientos de los rebeldes durante la guerra, pues ese y otros navíos con la ayuda de algunos aviones nazis bombardearon y asesinaron en febrero del 37 a la población, civil en su mayoría, que escapaba de Málaga hacia Almería en la luego denominada carretera de la muerte. No debe estar muy tranquila, en todo caso, la conciencia de la derechona cuando ABC dedicó hace tiempo un artículo a ese crucero en el que silenció su participación en la sangrienta masacre narrada. Ya solo falta que también le dediquen un espacio urbano a la Legión Cóndor que destruyó Guernica mientras echan balones fuera acusando de “guerracivilismo” a la izquierda al tiempo que sacan a relucir el nombre de Paracuellos cada vez que encarta o aplauden hasta sangrarle las manos los actos de beatificación de los mártires de la “Cruzada”, como el protagonizado en Córdoba por el alcanfórico Don Demetrio.
Y hablando de Córdoba, la segunda noticia atañe a nuestra capital y también a los seguidores del “licenciado” Casado. En las marquesinas de las paradas de autobuses han aparecido unos carteles en los que se incentivan los “escraches” que, a base de golpe en pecho y rezo del rosario, afean la conducta delante de las clínicas de quienes optan por abortar o practicar el aborto (derechos amparados en nuestro marco legislativo). Ante las protestas de parte de la ciudadanía, el ayuntamiento cordobés se ha hecho el longuis. Porque claro, ellos son anti-abortistas y sus principios religiosos están por encima de la libertad de cualquier mujer a decidir sobre su maternidad (insisto, un derecho recogido en nuestro sistema). Da la impresión que anhelan un estado teocrático más que uno de derecho. A la vista de estos dos ejemplos, me resulta difícil confiar en el verdadero poso democrático de un Partido Popular que dirige su brújula a ensalzar la fenecida dictadura y más concretamente a lo que tuvo de genocida y beata.
Todo esto sucede cuando suenan tambores de guerra, una guerra que ya califican como híbrida. Ya sabemos desde hace tiempo que Putin es un sátrapa y un desestabilizador del orden mundial. Ahora ha puesto el ojo en Ucrania y veremos cómo acaban las cosas. Porque en frente encuentra al descerebrado Johnson, al posturitas Macrón, al desconocido canciller sucesor de Merkel -que no sabemos si es chicha o es limoná-, al débil Biden y al acechante dirigente chino Xi Jinping -bueno, este no está en frente, sino más bien agazapado al lado-. Nosotros, eso sí, nos hemos puesto en marcha pronto y ya hemos mandado al Blas de Lezo a la zona del conflicto, escenificando la bipolaridad de un gobierno que desde la izquierda adopta posturas belicistas. A colación de lo dicho, hace un par de días veía una película sobre los prolegómenos de la II Guerra Mundial, cuando otro detrito de la humanidad, Hitler, sometía a un “tour de force” a las potencias occidentales con una política exterior agresiva. Y me preguntaba, cuando aparecían escenas de la despreocupada vida cotidiana de las gentes, si eran conscientes de lo que se les venía encima por los manejos de unos impresentables, si podían vislumbrar cómo sus vidas se iban a ver absolutamente alteradas. Teniendo en cuenta la obcecación de la Historia en repetirse, eso mismo me estoy preguntando ahora. Ahí dejo eso, pero parece que los cuatro jinetes del Apocalipsis están pluriempleados en estas fechas.

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