No sé qué me pasa últimamente. Tengo como una bruma en la cabeza que no me permite ver las cosas con claridad. Todos me dicen que es normal, que con la edad que tengo, demasiado bien estoy, que ojalá ellos lleguen a las ochenta y cinco primaveras como yo. No sé. Me dicen, también, que no me altere, que lo mejor que puedo hacer es ser fiel a mi rutina. Así que el día se me pasa durmiendo, comiendo, viendo la televisión y dando un paseíto por el Llano. Siempre a la misma hora. Sin embargo, ya nada es igual. Cuando llego, no conozco a nadie. No hablo con nadie. Todo me resulta extraño. Doy unas vueltas, me siento en un banco y, ensimismado, dejo volar mis pensamientos. Pero no, no vuelan demasiado. Es esa maldita bruma que tengo en la cabeza. No me deja recordar nada. A veces, es curioso, pasa alguien a mi lado y me pregunta muy educadamente: ¿Qué pasa? ¿Cómo andamos? ¿Y la familia? Yo contesto, sí. No sé ni lo que digo, no sé quién me habla, pero esbozo una sonrisa y contesto.
A veces, en mi vida, ocurren cosas que no logro entender. De vez en cuando, me siento a la mesa con personas a las que no conozco, pero que me tratan con familiaridad, con cariño. Hola, abuelo, me dicen. Yo le pregunto a mi mujer que quiénes son. Y ella menea la cabeza y no me dice nada. No entiendo por qué lo hace. A mí me da igual porque yo sigo comiendo como si tal cosa. A mí siempre me ha gustado preguntar, hablar, reír, beber unas copitas de vino, comer. También me han gustado las mujeres, las mujeres mucho. Pero…, ¿a quién no? Eso no es nada malo.
Ahora, ya lo he dicho, no queda nada de eso, sólo esta maldita bruma en la cabeza que, alguna vez, he de confesarlo, me ofusca. A veces, cada vez con más frecuencia, no me acuerdo ni de cómo me llamo: unos me llaman de una manera, otros de otra, otros… de otra…. Un jaleo, vamos. ¿Cómo puedo tener tantos nombres? ¿Cómo, a veces, cada vez más veces, no sé ni quién soy?
En fin, no sé. No tengo ni idea de lo que he hecho hace un momento. Bueno sí, he estado adormilado, viendo a mi mujer sentada frente a la televisión. Se reía, pero no sé de qué. Y a mí me gustaba verla reírse. Ahora sé que es la hora de bajar al Llano. Muchos días tampoco me acuerdo de eso, pero bueno, mi mujer me lo pone en la cabeza: ¿todavía estás aquí? Anda, arréglate y vete a dar un paseo. Entonces, cojo mi bastón y, despacio, muy despacio, mis pasos me llevan a mi destino. En ese momento, me siento cansado, cada vez más. Apenas si puedo mover un cuerpo que, día a día, se va encorvando más. Me siento, respiro, miro el hermoso cielo azul, el sol, las palmeras y los jardines. Veo el bullicio a mi alrededor, gentes que vienen y van, que se detienen a preguntarme. Los envidio. Y, es entonces, cuando, lleno de paz, mi cabeza quiere volar, sacarme de allí, llevarme lejos, volver a ser joven, alegre para disfrutar bebiéndome la vida a grandes sorbos. Pero… no puede. No sé qué le ocurre. Es esa maldita bruma que la inunda. Y, por eso, me pregunto ¿por qué? ¿qué me pasa últimamente?
Diego Igeño Luque
Imagen: www.cuyonoticias.com