Aunque cada vez sea menos conocido por los cofrades, sobre todo para los de la nueva hornada, aquel apelativo que definía a la procesión del Miércoles Santo como la del cuello sucio, todavía se sigue evocando por los viejos sayones que acuden a la siempre esperada y anhelada salida del Señor de los Carmelitas. Con esa salida vivían los que nos precedieron en la senda cofrade el inicio de la Semana Mayor, y hoy sentimos que ha llegado la plenitud de la Semana Santa de Aguilar.
Ver al Caído salir de la iglesia, bajar por la calle Carrera, rodear las Coronadas, transitar por la calle del Carmen o subir a la Torre y Plaza de San José, es vivir lo ya vivido y sentir lo que ya sintieron aquellos que fueron los primeros en profesar la devoción al Señor que trajeron los frailes, que procesionaron los romanos, al que cantaban saetas los presos de la cárcel, al que salía junto a la Virgen de los Remedios….., aquellos a quienes el Señor Caído conquistó para siempre su corazón.
Sobre su espalda cae el peso de la cruz y su mano posada en la dura piedra carga la devoción de siglos que se mantiene inalterada e inalterable, y que reverdece cada primavera sobre un monte de lirios morados que eleva al Caído sobre el dorado trono en el que recorre las calles de Aguilar cada Miércoles Santo como si fuese cada año la primera vez que lo hace.
Del Carmen a la Plaza Ochavada un reguero de cera roja marca la estela que dejó el Caído en la noche henchida de emociones. Todo se consumó a altas horas de la madrugada, como manda la tradición, y el Caído volvió a la plaza del Carmen recogiéndose en la íntima clausura de su capilla donde esperará todo un año soñando que llegue de nuevo la noche del Miércoles Santo.