11215505_491083641052764_4286068435462332200_n Histórica jornada para el mundo cofrade local en la noche de ayer sábado. Y memorable para los cofrades en general, y los de la Madrugada en particular, por los inolvidables momentos vividos en torno a la Imagen del Cristo de la Expiración. Su salida extraordinaria  en este día deparó momentos  de inconmensurable belleza, con los que se ha llenado una gloriosa página en la historia de esta hermandad,  y en la de la Semana Santa de Aguilar de la Frontera..

Con un cielo encendido aún por la claridad de una tarde otoñal,  e inflamado por la gozosa espera de los cientos de personas que llenaban la recoleta plaza del Carmen cual madrugada de Viernes Santo,  para poder ver con luz diurna el dolor más sentido en el rostro del Cristo de los Becerra, se obró el milagro esperado de contemplar  elevarse  la arbórea cruz sin dejar la huella de su sombra sobre la blanca fachada del templo Carmelita.

Faltaba el aire encarnado que pinta de  luto la Madrugá  más esperada, y faltaba la luna del Nisán, la que llaman de  Parasceve, que sale cada Jueves Santo con tonos subidos de claridad para iluminar la larga noche en la que las negras túnicas cruzan  el amanecer  entre  jaculatorias y penitencias. No. Ayer la plazuela del Carmen no fue lienzo de negro duelo, sino encendido espejo  que  reflejaba el acervo  devocional  de una cofradía, que mantiene vivo el fervor  que depositaron en ella  sus  primeros cofrades, hace ahora tres cuartos de siglo.

No hubo tañer lastimero de campanas, sino un sol incendiado que  declinaba sus postreros rayos  batiéndose en retirada por las  alta cornisa de la espadaña del  templo.  Ni hubo reloj que sentenciara  la hora marcada de las 2 en punto de la madruga. Todo fue  portentoso  por extraordinario  en una tarde que desgranaba sus últimas horas  en la solemnidad  de un  ceremonial  acorde con el espíritu y carisma de una  cofradía, que rompió la rigidez del silencio para enaltecer  la grandeza de un hecho histórico.

La llama viva de la devoción fue suficiente para templar los sueños  de los cofrades de la Expiración, que ayer se hicieron dichosa realidad con una procesión que cumplió la exigencia que imponía la efeméride a celebrar  y la peculiaridad que requiere tal hecho histórico. Así, la procesión resultó en todo momento solemne y auténtica.  Sucumbió la oscuridad a la luz, el silencio a la música, la penitencia al júbilo, el luto al color, la severidad  del orden al bullicio,  y el rezo al arrebato devocional, pero nada de ello destempló el espíritu de una  cofradía sobre la que se sustenta desde hace 75 años el universo de fidelidad devocional a una imagen que llaman desde entonces  “el Cristo del Silencio”.

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Antonio Maestre Ballesteros

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