Histórica jornada para el mundo cofrade local en la noche de ayer sábado. Y memorable para los cofrades en general, y los de la Madrugada en particular, por los inolvidables momentos vividos en torno a la Imagen del Cristo de la Expiración. Su salida extraordinaria en este día deparó momentos de inconmensurable belleza, con los que se ha llenado una gloriosa página en la historia de esta hermandad, y en la de la Semana Santa de Aguilar de la Frontera..
Con un cielo encendido aún por la claridad de una tarde otoñal, e inflamado por la gozosa espera de los cientos de personas que llenaban la recoleta plaza del Carmen cual madrugada de Viernes Santo, para poder ver con luz diurna el dolor más sentido en el rostro del Cristo de los Becerra, se obró el milagro esperado de contemplar elevarse la arbórea cruz sin dejar la huella de su sombra sobre la blanca fachada del templo Carmelita.
Faltaba el aire encarnado que pinta de luto la Madrugá más esperada, y faltaba la luna del Nisán, la que llaman de Parasceve, que sale cada Jueves Santo con tonos subidos de claridad para iluminar la larga noche en la que las negras túnicas cruzan el amanecer entre jaculatorias y penitencias. No. Ayer la plazuela del Carmen no fue lienzo de negro duelo, sino encendido espejo que reflejaba el acervo devocional de una cofradía, que mantiene vivo el fervor que depositaron en ella sus primeros cofrades, hace ahora tres cuartos de siglo.
No hubo tañer lastimero de campanas, sino un sol incendiado que declinaba sus postreros rayos batiéndose en retirada por las alta cornisa de la espadaña del templo. Ni hubo reloj que sentenciara la hora marcada de las 2 en punto de la madruga. Todo fue portentoso por extraordinario en una tarde que desgranaba sus últimas horas en la solemnidad de un ceremonial acorde con el espíritu y carisma de una cofradía, que rompió la rigidez del silencio para enaltecer la grandeza de un hecho histórico.
La llama viva de la devoción fue suficiente para templar los sueños de los cofrades de la Expiración, que ayer se hicieron dichosa realidad con una procesión que cumplió la exigencia que imponía la efeméride a celebrar y la peculiaridad que requiere tal hecho histórico. Así, la procesión resultó en todo momento solemne y auténtica. Sucumbió la oscuridad a la luz, el silencio a la música, la penitencia al júbilo, el luto al color, la severidad del orden al bullicio, y el rezo al arrebato devocional, pero nada de ello destempló el espíritu de una cofradía sobre la que se sustenta desde hace 75 años el universo de fidelidad devocional a una imagen que llaman desde entonces “el Cristo del Silencio”.
Antonio Maestre Ballesteros