Las Bandas de Cornetas y Tambores Cordobesas

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La corneta, ese instrumento cónico de viento metal y que por antonomasia está presente en la historia de la Semana Santa, no siempre es valorada en su justa medida. Cierto es que los mejores intérpretes de ella no tienen por qué haber cursado estudios superiores en el conservatorio, ni ser catedráticos para tener un dominio brillante; es suficiente contar con la experiencia necesaria y las cualidades innatas para sacarle un sonido puro y espectacular, digno de nuestra admiración a pesar de situarse en un plano demasiado lejano de las mentes intelectuales de la música, en especial la procesional.

La corneta en su función grupal aparece en prácticamente todos los estilos de acompañamiento musical de las hermandades: bandas montadas, bandas de música, agrupaciones musicales y bandas de cornetas, exceptuando a la música de capilla. En concreto las bandas de cornetas y tambores tienen una capital importancia en la historia musical de nuestra Semana Santa. Su existencia engarza con el ámbito castrense, como otros muchos aspectos de la música procesional, cuando en 1.828 (1) las por entonces bandas de pífanos y tambores decidieron sustituir los primeros por cornetas, configurándose pues lo que denominamos bandas de cornetas y tambores -en el argot militar «bandas de guerra»-

Y fue en el siglo XIX, mayormente en la segunda mitad de la centuria, cuando estas bandas se asentaron en el cortejo de las cofradías y hermandades, en un principio abriendo paso con sus sones penetrantes y espartanos anunciando la presencia de la cofradía en la calle, aunque con el tiempo, a los hechos del presente nos remitimos, adquirieron un rol notable situándose detrás de los pasos. Como quiera que nacieron en el seno de las milicias, no fue hasta el pasado siglo cuando se crearon las bandas de cornetas de naturaleza civil; si bien, en Granada a finales del XIX se tiene constancia del nacimiento de estas bandas civiles gracias sobre todo a las escuelas del Ave María (2).

Pese a lo que muchos han creído y siguen creyendo, Córdoba ha escrito páginas de relieve en la historia de las bandas de cornetas dentro del contexto procesional. Ya en el XIX el Regimiento de Infantería de la Reina nº2 -luego de Lepanto nº2 y 5- incorporaba a su unidad de música (3) la sección de cornetas y tambores, que perfectamente podía considerarse como banda ya que actuaba tanto unida a la banda de música como por separado. Ésta, otras que tocaban en la capital durante Semana Santa, y cualquiera de las existentes en Andalucía adoptaron modelos musicales y formales de las bandas montadas. Por eso las piezas musicales eran marchas militares de ordinario y de paso lento, pero en ningún caso se hacían marchas dedicadas a Imágenes y cofradías.

Así hasta que en Málaga, con la B.C.T. del Real Cuerpo de Bomberos, se inició la eclosión, entrada la década de los veinte del pasado siglo, de la marcha lenta compuesta específicamente para las hermandades. Y todo surgió de la mano de quien dirigía aquella banda malagueña, el músico linarense Alberto Escámez. Desde las primeras, como «La Expiración» (1926) o «Ntra. Sra. de Consolación y Lágrimas» (1929) hasta las últimas en los años cincuenta, Escámez logró dotar a las formaciones musicales de cornetas de carácter propio, buscando su estilo personal con una serie de marchas solemnes, en general sencillas de marcado cariz homofónico y suave línea melódica, con un percutir de tambores regular y monótono.

El siguiente paso sería el trasvase de estas partituras desde Málaga a Sevilla, a cargo de la B.C.T. de la Policía Armada de allí que se limitó a importar esas marchas malagueñas sobre la década de los cincuenta aproximadamente, para con posterioridad crear sus propios compases dedicados a corporaciones sevillanas debido a la inspiración de músicos como Ramón Montoya. De ahí hasta hoy con dos ciudades, Málaga y Sevilla, la primera precursora y la segunda en el papel de continuadora, erigidas en los anales históricos como las zonas geográficas a partir de las que el género propio cofradiero de las bandas de cornetas se expandiría progresivamente a toda Andalucía.

Ésa es la versión oficial: en un principio una línea unidireccional Málaga-Sevilla de cultivación de la marcha lenta para cornetas y tambores, sin la mediación de otra ciudad o banda que no tuviera el sello sevillano o malagueño. Algo absolutamente erróneo porque Córdoba reclama su sitio por derecho. Si en Sevilla la Policía Armada adquirió el repertorio de los Bomberos de Málaga, con mucha probabilidad antes una banda cordobesa que llegó a estar muy enraizada en su Semana Santa, como fue la banda de cornetas y tambores de la Cruz Roja, no se ciñó a reproducir literalmente la carpeta de reparto de la banda dirigida por Escámez, sino también a crear sus melodías.

Lo mismo que Alberto Escámez, el músico cordobés Blas Martínez Serrano, director entre otras de la citada banda de cornetas de la Cruz Roja, compuso diversas marchas entre los años cuarenta y cincuenta de la pasada centuria, según reza en las partituras marchas lentas a tres y cuatro voces. Es decir, la misma modalidad que introdujo Escámez unos veinte años antes, pero con la variante de ser composiciones dedicadas a cofradías cordobesas. Estas marchas se incardinan claramente en el arquetipo de Escámez y guardan parecido con las marchas de éste, lo que desde el punto de vista estilístico no aportaron algo innovador. Entre ellas están la serie de marchas lentas a tres voces «Semana Santa en Córdoba» -números 1, 2, 3, 4, 5 y 6- de 1945, o las marchas lentas a cuatro voces «Al Santísimo Cristo de la Misericordia» o «A Nuestra Señora de las Angustias» (1950).

Con todo esto, es de justicia aseverar que la evolución de la marcha para cornetas y tambores en Andalucía no siguió una línea unidireccional como se ha pensado siempre, sino bidireccional. Desde Málaga tenemos que partir a Córdoba, que salvo en el caso de aquella se adelantó al resto de ciudades a la hora de estrenar marchas lentas propias, y también a Sevilla como mera imitadora tanto en la música malagueña como en los títulos de la misma. En conclusión, Córdoba tiene a sus espaldas una relevancia histórica de categoría en la evolución musical de las marchas para cornetas y tambores. Un eslabón sistemáticamente ignorado e infravalorado, que ha producido con el decurso del tiempo un desarraigo de las bandas contemporáneas respecto a las antiguas, en especial la Cruz Roja.

Amén de todo lo anterior, cosa no baladí y que debería hacernos reflexionar acerca de la existencia de un estilo cordobés en la marcha clásica de cornetas, durante la segunda mitad del siglo XX tuvo lugar en Córdoba una proliferación de bandas de este tipo. A las ya nombradas de Lepanto o Cruz Roja, podemos enumerar los casos de las bandas de cornetas y tambores de la Guardia Civil, la del Hospicio o los Trinitarios, Esperanza y Oración en el Huerto, que en ese mismo orden fueron los antecedentes de la extinta Agrupación Musical de Córdoba, desaparecida por imperativo legal en 1992 dando lugar a la Banda de Cornetas y Tambores «Ntra. Sra. de la Fuensanta», vigente hasta hoy. Otra banda de repercusión fue la banda de cornetas y tambores del Cristo de la Sangre, adscrita a la Hermandad del Císter, fundada y disuelta en los años ochenta.

Por último, los noventa supusieron un revulsivo, ya que a la Fuensanta se unieron las bandas de cornetas de las hermandades del Caído y Coronación de Espinas, allá por 1996. Una tríada consolidada que hoy se ve aumentada con la aparición de la banda de cornetas de la Hermandad de la Agonía.

NOTAS:

(1) De la Chica, Jorge. «La música procesional granadina». Ed. Comares, Granada (1999)
(2) Ibidem
(3) En la jerga militar lo que entendemos por banda de música se denomina «música».

Mateo Olaya Marín

 

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