Si hay un denominador común o elemento de consenso en la oposición municipal desde las pasadas elecciones es el calificativo mentiroso. Este ha sido vertido contra el alcalde en todos los plenos celebrados desde el pasado mes de mayo. Exceptuando a la portavoz del PP que es aún nueva en estas lides, los demás representantes de los partidos han coincidido en otorgar al alcalde tan deslucido título.
Lo hizo la portavoz de IU con ocasión de las obras de las escalerillas del Cerro Crespo, lo repitieron desde la bancada del PA cabreados con las astucias dialécticas del alcalde, y lo dijo en el último pleno el portavoz de UPOA escamado con los disimulos de Francisco Juan.
Mentiroso de forma directa o falso de manera insinuada le han llamado los políticos, y como embustero compulsivo lo conceptuó un empresario local. Ante tanta unanimidad parece creíble que el alcalde es bastante secuaz para suplantar la realidad, o al menos para versionarla según su libre albedrío.
En los tiempos que corren que un político mienta no es ninguna primicia, aunque sea una acción censurable y reprobable. La cuestión adquiere gravedad cuando esa forma de actuar es congénita a la persona derivando a algo patológico. A ese extremo se llega si el mentiroso se cree sus propias invenciones y actúa en función de ellas. Algo parecido le está pasando al alcalde de Aguilar según denuncian los grupos de la Oposición.