Plenitud de Viernes Santo

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Con la recogida de las cofradías de la tarde del Jueves se inauguraba el gran día de la Pasión: el Viernes Santo. El plenilunio de Parasceve llenaba de luminosidad  la blanca cuadratura de una Plaza sumida en el silencio respetuoso que envuelve la salida de las dos cofradías carmelitanas: Expiración y Angustias, que transitaron la madrugada más intensa del año rompiendo con sus rezos y plegarias  la oscuridad de la noche.

Clareaba el nuevo día en el horizonte de la Sierra Subbética cuando la Cuesta de la Parroquia se colmaba de blancos plumeros que subían y bajaban al toque de romanos para prender a Jesús. El Nazareno llenó de penitencia y devoción las calles de Aguilar durante las largas horas que duró su procesión. Arropado siempre por cofrades y devotos caminó entre los fervores del pueblo que desde hace siglos le encomienda todas sus aflicciones. Y tras el hijo siempre la madre sobrellevando la pena  y el sufrimiento. María Santísima de la Amargura llenó de magnificencia una mañana que tiene en el pulcro dolor que refleja su rostro el epílogo del sacrificio divino.

Del Cristo vivo a la muerte de Cristo que viene crucificado desde los antiguos arrabales del Barrio Bajo repartiendo Salud y Misericordia. Grandezas de un barrio que renace cada  tarde de Viernes Santo arraigando los sentimientos más ancestrales y  populares, determinantes de la identidad de quienes nacieron o habitan en esta zona del pueblo. Cristo muerto en los brazos de una madre que implora Piedad y compasión ante la pena más grande que puede sentir el ser humano.

Muerte taciturna recluida en la urna de plata que cobija al cuerpo yacente de Cristo. Desgarrados salmos misereres  volvieron a romper  el mutismo de un cortejo que es singular y original de la Semana Santa de Aguilar. Largas colas de duelo mostrando la desolación que causa la muerte de un inocente. Pesar y dolor que prevalece en la desconsolada mirada de la Soledad. Todo se ha consumado, y bajo la cruz vacía María llora sin lágrimas la muerte del hijo amado. De dolor traspasado su corazón henchido, y en sus manos  la corona de espinas que muestran al mundo la ignominia cometida.

De madrugada a madruga, la Semana Santa de Aguilar vivió en la jornada de ayer el día más grande de la semana. Esplendores cofrades engrandecidos por una climatología que proveyó con un tiempo ideal esta celebración.

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