La nueva convocatoria de elecciones generales del 26-J ratifica algo que ya era evidente: la clase política mira más a su ombligo que a las necesidades reales de la mayoría de los ciudadanos. Hemos asistido perplejos al mediocre juego de egos de lo Rajoy, Sánchez, Rivera eIglesias. Como si de una puesta en escena de Juego de Tronos se tratase. Los políticos se han dedicado a apuñalarse unos a otros, buscando el poder absoluto, sin acuerdos, ni cesiones, ni buenas intenciones.
Y es que resulta que no han entendido el encargo que les dimos los ciudadanos el 20-D, que básicamente consistía en negociar, variar de rumbo e ilusionar. Y sí, me pienso mojar por un político inteligente y sensato que ha sintonizado con los ciudadanos de a pie y ha entendido el mensaje que les dimos en las urnas. Afortunadamente, para los que pensamos que hay otras formas de gobernar, nos queda Alberto Garzón, el político mejor valorado por los españoles, aunque hasta el día de hoy, nos hayamos olvidado de poner su nombre en el sobre de la democracia.
Alberto Garzón ha sido capaz de sacrificar el trono en beneficio de un proyecto de cambio. Él sabe perfectamente cuáles son nuestras necesidades reales, por algo ha pisado a diario calles, plazas y redes sociales. Muchos, dentro y fuera de su partido, intentan placarle, aunque saben perfectamente que es la clase de persona que a la mayoría de los españoles nos gustaría ver con responsabilidades políticas en un gobierno de progreso y cambio. Esté donde esté, haga o no coalición conPodemos, confluya o no con otras opciones políticas, Alberto siempre sumará y multiplicará. Su liderazgo, coherencia y sentido común son un valor añadido allá donde ejerza la política.