Somos los aguilareneses muy dados a lamentar la pérdida del patrimonio monumental que atesoró nuestro pueblo. Las ruinas de uno de los castillos más colosales de la provincia, entre otros muchos ejemplos, dan testimonio de la desidia que autoridades y vecinos hemos ejercido en muchas ocasiones a la hora de preservar nuestra riqueza histórico-artística.
Anhelamos viendo las fotografías antiguas las grandes mansiones y casas señoriales desaparecidas de nuestro callejero, y solemos reprochar a generaciones pasadas el que tolerasen que el interés particular y especulativo dilapidase tan importantes elementos de nuestro tesoro monumental. Pero el lamentable pasado se revela ahora como el presente más irrefutable. Ya dijo alguien aquello de que Aguilar era la historia de una destrucción, y camino de revalidar los deslices de nuestros mayores vamos.
No podemos seguir imputando todos nuestros males a las generaciones pasadas si ahora, que nos toca lidiar con la realidad, no somos capaces de solventar las amenazas que aún se ciernen sobre el patrimonio histórico-artístico local. Un ejemplo de ello es la situación que presenta una de las pocas casas señoriales que quedan en el pueblo, y que de no remediarse va camino de desaparecer.
El impresionante palacio de principios siglo XX, situado en la calle Moralejo, de estilo regionalista neomudéjar-plateresco, con gran valor artístico-arquitectónico lleva ya años cerrado. Ni que decir tiene que esta situación no es muy halagüeña para garantizar su conservación, tal como indica el visible deterioro que presenta su fachada e interior.
Se trata de un inmueble que es el resultado de la reforma del anteriormente existente, destinado a vivienda y almacén agrícola, renovado entre 1919 y 1930, según el proyecto del arquitecto José Espiau y Muñoz, autor del famoso hotel Alfonso XIII de Sevilla.
El elemento de mayor interés es el patio central, de estilo neomudéjar plateresco, concebido para estancia y conexión entre la vivienda, el almacén y la tienda originalmente proyectada, con importantes fachadas de ladrillo aplantillado, zócalo de azulejos, puertas con rico dintel sobre ménsulas, ventanas (con repisa y barandilla de forja) y balcones (con pretil de lacería) con vanos en arco de medio punto enmarcado por alfiz labrado rematado por tejadillos de cerámica vidriada, ajimeces con arcos de herradura a nivel de segunda planta, y pretiles de azotea de lacería labrada. Pabellón ochavado de rincón, con tejado vidriado.
Escalera principal interesante de mármol, artesonados con viguería de madera labrada. Pavimentos, carpintería y zócalos de madera y azulejos de muy buena calidad. Patio posterior sencillo, conectado al principal por galería sobre ménsulas de madera y cartelas de hierro fundido.
La historia nos sitúa nuevamente ante el espejo en que se miraron nuestros antepasados, y tenemos la necesidad de no volver a cometer los mismos errores que les recriminamos a ellos. Estamos ante una oportunidad inexcusable para que el Ayuntamiento, con recursos más que suficientes en sus arcas, preserve para las generaciones venideras este monumental palacete. No debemos permitir que Aguilar dilapide otro edificio monumental más. No podemos quedarnos nuevamente en lamentar lo que ya no tenga solución. . Estamos a tiempo de cambiar la trayectoria de las cosas si los que nos gobiernan están capacitados para hacer frente a las encrucijadas de la historia.