Eduardo Garzón.
Cuantos más parados haya, mayor va a ser el miedo de los trabajadores a perder su empleo y por lo tanto mayores concesiones estarán dispuestos a hacer.
Que haya desempleo o no –y cuánto en el caso de haberlo– es una decisión política. Cualquier comunidad puede organizarse política y económicamente de forma que no quede ninguna persona sin participar en las actividades económicas que tengan lugar en su seno. Así ocurría, por ejemplo, en las comunidades primitivas, en las que todos sus integrantes contribuían con las actividades básicas de recolección de alimentos, caza, cuidados y defensa; también ocurría lo mismo en las sociedades esclavistas porque siempre existía la posibilidad de ser propiedad de alguien y trabajar para él o ella a cambio de cobijo y comida; o en las sociedades feudales, donde todo el mundo tenía una labor determinada en función de su posición social; o en las comunidades socialistas, donde el Estado tiene como objetivo garantizar un puesto de trabajo a todo el mundo. Hay mil formas de lograr que no haya desempleo, y evidentemente no todas son igual de aceptables que otras desde un punto de vista de justicia social, pero lo importante es entender que si se quiere, se puede evitar el desempleo, al contrario de lo que nos intentan vender en nuestras sociedades capitalistas cuando insisten en que, aunque el paro es una lacra, es prácticamente inevitable.
Hace ya muchísimo tiempo que los economistas clásicos, con Marx a la cabeza, denunciaron que en sistemas capitalistas el desempleo favorece a los empleadores por razones bastante evidentes: cuantos más parados haya, mayor va a ser el miedo de los trabajadores a perder su empleo y por lo tanto mayores concesiones estarán dispuestos a hacerle a los capitalistas con tal de no ser sustituidos por cualquier integrante del ejército de parados. Cuanto menos cobren los trabajadores, más podrán cobrar los capitalistas. Ésta es la razón fundamental por la cual en nuestras sociedades se permite que exista desempleo. La élite económica y política se llena la boca diciendo cómo va a combatir el desempleo, pero luego sus políticas van precisamente en sentido contrario, porque necesitan que éste exista para conservar su poder y privilegios.
Hace más de medio siglo los economistas del poder teorizaron que existía una contradicción entre empleo y estabilidad de precios. Venían a decir que si se conseguía el pleno empleo los precios se dispararían y que eso sería fatal para la economía, así que alegaban que era necesario un determinado nivel de paro para que la economía funcionase correctamente. Era claramente una justificación ad hoc y acientífica para permitir el desempleo y lograr así que los capitalistas siguiesen aprovechándose de salarios deprimidos. Esto es algo que todavía impera, desgraciadamente, en el ámbito académico, allí donde se forman los economistas que luego pasarán a gobernar ciudades y regiones, a dar clase en las universidades, a hablar en las tertulias, a escribir libros y manuales, etc.
Pero es que a esta falsa creencia de que el paro es inevitable se le ha unido una nueva moda que ha cobrado mucha fuerza en España, y lamentablemente también desde sensibilidades de izquierda. Consiste en pensar que la robotización es en cierta medida culpable de que haya desempleo, y como se presupone que este proceso es inexorable, la conclusión es que jamás podremos conseguir el pleno empleo. Pero este planteamiento es profundamente erróneo. En primer lugar, los beneficios que producen los robots son exclusivamente para sus propietarios, de lo que se trata en todo caso es de socializar esos frutos del avance tecnológico y acabar con el hecho de que sólo una minoría saque tajada de ellos. En segundo lugar, la robotización suele destruir muchos empleos (los que engloban actividades rutinarias), pero también crea otros muchos (alguien tiene que diseñar los robots, programarlos, fabricarlos, repararlos, obtener los materiales y el suministro energético para su producción, etc). En tercer lugar, hay empleos que jamás van a poder ser sustituidos por robots: aquellos que son más artísticos, creativos, políticos, humanos, etc; por lo que independientemente del desarrollo tecnológico de los robots siempre quedarán actividades que tendrán que ser cubiertas por trabajo humano. En cuarto lugar, no hay recursos naturales ni energía suficiente en nuestro planeta para producir tantos robots como trabajadores hay en la actualidad, ergo la sustitución nunca podría darse de forma completa. En quinto lugar, la evidencia empírica muestra que los países con más robots por trabajadores (Corea del Sur, Taiwán, Japón y Alemania) tienen tasas de paro muy reducidas, por lo que parece que es compatible tener poco desempleo y muchos robots.
Por muchos robots que se creen cualquier comunidad puede lograr que no haya desempleo. Bastaría con hacer algo tan sencillo como repartir todo ese trabajo que hoy día se está realizando (y que nunca va a ser sustituido por las máquinas). Basten unos datos para ejemplificar este asunto. En España cada ocupado trabaja de media 1.691 horas al año, mientras que un empleado holandés trabaja 1.419 horas y un alemán 1.371. Si repartiésemos el trabajo que hoy día se realiza y lográsemos que cada empleado español trabajase el mismo número de horas que un trabajador holandés crearíamos 3,5 millones de empleos y la tasa de paro bajaría al 3,4%. Si hiciésemos lo mismo al nivel de horas alemanas, entonces no tendríamos tantos parados para ocupar los nuevos puestos de trabajo que crearíamos. Así de sencillo y así de potente.
Pero es que además en la actualidad hay muchas necesidades sociales y ecológicas no cubiertas: cuidado a niños y niñas, a adultos dependientes, a enfermos, a ancianos y ancianas, a la fauna y la flora, al medio ambiente, servicios culturales, de ocio y recreativos, etc. Si decidiésemos ponernos manos a la obra y ampliar este tipo de actividades y servicios no sólo lograríamos mayor bienestar en nuestras comunidades sino que habríamos creado cientos de miles de puestos de trabajo. Pero claro, para ello no podemos confiar en el sector privado, que sólo creará los empleos cuando le sea rentable hacerlo (y ya vemos lo bien que le va); sino que tenemos que activar todas las palancas del sector público que sean necesarias para crear directamente empleos públicos y garantizar así a todo el mundo el derecho a trabajar. Gracias a esta política de Trabajo Garantizado el desempleo no sólo desaparecería, sino que necesitaríamos muchas más manos de las que hoy día están disponibles.
En definitiva, que no nos mareen con cuentos interesados: el desempleo se puede erradicar siempre que haya voluntad política. El problema es que la existencia del mismo interesa al capital porque conserva e incrementa su poder sobre el trabajo; y por eso trata por todos los medios y a través de todo tipo de mentiras hacer creer que el pleno empleo es una quimera irrealizable. Pero es radicalmente falso: si nos lo proponemos podemos acabar de raíz con el paro en cuestión de meses.