“Hola, Infanta,
Es muy probable que nunca llegues a leer esta carta, pero no me resisto a escribirte.
Ya sé que tu tratamiento oficial es “Alteza”, pero permíteme que no lo utilice, porque lo de alteza te queda demasiado grande, dadas las circunstancias.
Los que ya tenemos unos años, te hemos visto crecer, siendo esa niña rubia, guapa y, según se rumoreaba, eras la hermana lista.
Después, nos intentaron convencer de que no, de que en realidad eras tonta. Porque hace falta ser tonta para pensar que un hombre sin preparación, a no ser para lanzar balones, podría convertirse en un gran hombre de negocios y trincar lo que trincó sin que tú te enterases.
Porque alguien como tú, trabajando en La Caixa, y con tantos asesores, no sabías que no se puede firmar sin leer. Ahí tienes a esos ancianos semianalfabetos que firmaron las preferentes, que han perdido sus ahorros, a quienes los jueces les dicen que sabían lo que contrataban.
Pero tú no. A ti la eximente de ser tonta sí te ha valido. Y la de estar enamorada. Y quizá, incluso, la de ser rubia, que es un atenuante indiscutible.
Y claro, pese a trabajar en un banco, debe ser difícil saber que tu sueldo más el del impresentable del balón, no dan como resultado el pastizal que manejabais. Quizá tampoco sabías sumar. Eso debe ser otro atenuante.
Pero lo que me gustaría que me dijeras es cómo se te quedó la cara cuando te enteraste de que tu nivel de vida, que ya era bueno, ya, subió tantísimo a costa de estafar a los que os llevamos manteniendo a ti y a los tuyos toda la vida a cuerpo de rey (nunca mejor dicho) y que todo eso lo hizo tu marido, él solito, mientras tú no te ´pispabas´. Y eso que lo único a lo que estabais obligados a cambio de vuestra manutención era a ser ejemplares.
Sí, Infanta, sí, ejemplares. Menudos ejemplares nos habéis resultado. Tú, la que no se entera, pero lo gasta. Tu padre, el que mata elefantes y al que le hemos financiado sus putiferios de lujo. Tu hermana, que permite que su niño ande disparando y haciendo el cafre por ahí. Tu madre, que anda en reuniones con ese Club Bilderberg donde se deciden los destinos, las pobrezas o riquezas, las guerras o las paces, sin que nos enteremos. Tu hermano. Bueno, de tu hermano no digo nada, porque es rey y puede que yo vaya a la cárcel por decir lo que pienso, a esa cárcel que tú no pisarás por ser tonta. Tu cuñada. Mejor no digo nada de ella porque me hace gracia. Hace falta tenerlos bien puestos para llegar a reina siendo divorciada y republicana. Qué cosas.
Y veo a tus niños, tan rubios como tú, y espero que sean tan tontos como para no darse cuenta de que su madre es tonta y su padre un sinvergüenza. Total, lo único que han perdido es el respeto. Que pasta no les va a faltar, ya lo sé. Y las penas en Baqueira o en Suiza son menos penas.
Tú tranquila, Infanta. Ahora podrás volver a tus regatas y a tus esquíes. Y le puedes contar a tus hijos que su padre se quedaba con el dinero de niños necesitados, pero que no pasa nada, porque tú eres tonta y porque él es el marido de lujo de una tonta, el yerno de un putero y el cuñado de un rey.
Ahora permíteme que me despida porque, como no soy tonta, ni rubia ni infanta, ni tengo un marido sinvergüenza, he de explicarles a mis hijos qué es eso de la honestidad y la decencia.
Claro que ahora es más fácil. Solo he de decirles:´¿Veis a la Infanta? Pues lo contrario´.
Venga, bonita, voy a seguir trabajando, porque hay que trabajar mucho para mantener a tanto tonto y a tanto sinvergüenza.
Lo de que nos pidas perdón ya lo dejamos para mejor ocasión.”
NOTA: Es una carta anónima que circula por las Redes Sociales sin autoría.