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Javier Gallego

Se equivoca Cifuentes. No sólo porque sea machista, casposo y denigrante para las mujeres su idea de hacerse la rubia tonta para conseguir más cosas de los hombres. Se equivoca además porque el color de pelo y el sexo son irrelevantes en este país. Aquí no hace falta ser rubia de bote para hacerse pasar por tonta o tonto del bote. Se puede ser moreno y con bigote, castaño y con barba, presidente del gobierno, presidenta de Comunidad, ministra o Infanta de España, hacerte el idiota integral y que te aplaudan el teatro.

Hay que felicitarse. En esto hemos alcanzado la igualdad. Hay tantas mujeres como hombres fingiendo ser imbéciles con éxito al más alto nivel. Ahí tenemos a Rajoy que lo ha sido todo en el PP cuando la Gürtel y la caja B, pero que no huele la pestilente montaña sobre la que camina. Si los jueces de la Gürtel deciden que declare, como pide la acusación popular, volverá a representar al pobre hombre engañado por todos o al tonto del pueblo que no se entera de nada. Que si lo es, más tonto es quien le deja a cargo del país. Y si no lo es, como me temo, hay que ser tonto para dejarse engañar tantas veces.

Pero, ya digo, en hacernos los tontos, somos campeones. Ahí tenemos de ejemplo al buenazo de Aznar, otro pánfilo al que han engañado la mitad de los invitados a la boda de su hija, los de la trama Gürtel, Miguel Blesa o San Rodrigo Rato que, como hemos sabido estos días, ya hacía el milagro de la multiplicación de sus cuentas de banco cuando era vicepresidente de Josemari, quien sin embargo, tampoco sabía nada, pobrecito mío, entretenido como estaba haciendo abdominales y fotos en las Azores. Si es que él nunca ha sabido dónde están las armas de destrucción masiva.

Tampoco lo sabía Zapatero que propuso a Rato para el FMI y lo apoyó cuando Mariano lo colocó en Cajamadrid para terminar de hundirla. Venía bien aprendido de Felipe que, en hacerse el despistao con los delitos que le rodean, tiene un magisterio. La simulación de estupidez en diferido está muy repartida por todos los barrios, ya se ve. También en la monarquía, como sabemos, que son reyes en hacerse los tontos. Del padre a la hija, Cristina de Borbón, que imagino que será referente de Cifuentes cuando habla de hacerse la rubia tonta y conseguir muchísimo más. Hasta le ha salido a devolver la fianza.

Claro que viendo lo bien que le ha ido, no me extraña que se haya extendido el Infantado. En este país, puedes llegar muy lejos yendo de idiota por la vida. Ahí están otras dos insignes rubias de bote, Ana Mato, que no sabe quién paga ni sus coches ni sus chuches, o Esperanza Aguirre, que llegó a ministra de tonta y luego resulto que era listísima para destapar la trama Gürtel, aunque no tanto como para saber que le financiaban con más dinero negro que blanco.

Hay que reconocerle a Cifuentes que hay una tendencia a “hacerse la rubia teñida”. Le pasa a ella misma. Acaba de enterarse de que una diputada de su grupo podría ser imputada por la Gürtel y lleva 30 años en el PP madrileño sin ver nada. Parece que se le da bien lo de “hacerse la rubia”.

Pero hay que actualizar la expresión, no sólo por machista sino por inexacta. Seamos sinceros, no son sólo ellos, somos un poco todos. Nos hacemos los tontos nosotros también. Si no, ellos no podrían hacerse pasar por idiotas con tanto éxito ni tomarnos por imbéciles tanto tiempo. Dejemos de mirar fuera, no son los suecos los que se hacen los locos, somos los españoles. Aunque nos duela reconocerlo, no es “hacerse la rubia”, es “hacerse el español”.

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