Hasta hace varias décadas los cortijos que existían en la comarca, muchos de ellos ya desaparecidos o en ruinas, se poblaban por familias enteras que los habitaban durante la campaña de recogida de la aceituna que se solía iniciar para la Inmaculada y se prolongaba hasta la Semana Santa. En condiciones, a veces no muy optimas, las cuadrillas de aceituneros lograban sobrevivir de una forma sostenible y en total consonancia con la naturaleza. Se aprovechaba absolutamente todo, y las personas apenas generaban residuos, los cuales reciclaban y reutilizaban en su entorno.
Era una vida dura, pero con ese trabajo y estancia en el cortijo se obtenía gran parte de los recursos que permitían a la clase obrera la supervivencia durante el resto del año, completando esos meses con temporadas de faena en la campiña y la vendimia. Aún encontramos en nuestro territorio algunos de esos viejos cortijos, bien conservados, edificios que dejaron una huella indeleble en quienes los habitaron y hoy constituyen un verdadero patrimonio y un vestigio visible de cómo era la vida en el campo hace unas pocas décadas.
Esta bella y curiosa panorámica de la Laguna de Zoñar nos permite contemplar, elevada sobre un mar de olivos, la blanca arquitectura del Cortijo de Chica, uno de los más conocidos de la zona, en cuyas paredes se mantiene perenne el recuerdo de la presencia en este lugar de uno de los bandoleros más temidos y conocidos del pasado siglo “el Pernales”, que anduvo por estos andurriales asaltando y extorsionando a caseros de los cortijos y a algunos señoritos de Aguilar.