Antonio Maestre.
No es un error. Son ochenta años de relato. La frase perdida que legitima el golpe en un auto que protege a los victimarios despojando de dignidad a las víctimas es la constatación plausible de la farsa. Un plan programado por el rencor del victorioso. La victoria de la ejecución programada del proyecto de perversión de nuestros recuerdos. Una memoria falsaria de España inyectada desde las más altas instituciones. Propaganda inculcada como verdad. Una operación masiva de amnesia colectiva que ha transformado a los villanos en héroes y a los golpistas en jefes de estado.
Ilsa Barea Kusczac adivinó ese proceso de ingeniería social antes de que se produjera. El mismo día de la entrada de Franco, cuando izaron la bandera fascista en lo alto de la Telefónica escribió una carta en la que se lamentó amargamente: «Pronto no se entenderá cómo fue. Surgirán leyendas que ocultarán a los hombres vivos o ya muertos que no quisieron someterse y no se entregaron porque no les parecía justo».
De eso trató la victoria. De eliminar los pocos rescoldos que quedaran de verdad, de legitimidad republicana, de lealtad a la democracia. Una elaborada construcción social que convirtiera a los genocidas en liberadores y a los resistentes leales a la legalidad democrática en criminales. Rojos. Una palabra que convertía a cualquier ciudadano en sospechoso, en carne de presidio o apestado social. Una palabra que convertía en infecto a los que lucharon por evitar que el fascismo aplastara un país que comenzaba a igualar derechos, a asomar a la justicia social, a salir del oscuro anclaje feudal y mísero que iluminaban las misiones pedagógicas.
Cuán exitoso fue el lavado social de cerebro. Que magnífica obra hicieron los fascistas. Asentaron un régimen criminal de tal manera que ochenta años después el más superior tribunal de justicia de esta nuestra democracia convierte al genocida en Jefe de Estado. Un 1 de octubre de 1936, mientras aún luchaba y mataba por derrotar la legalidad constitucional que encarnaba Manuel Azaña. Qué magnífica paradoja que mientras juzgan a independentistas en otra sala por la afrenta a nuestra Carta Magna se legitime la única subversión exitosa de nuestro orden constitucional. El juez ponente del Tribunal Supremo ni siquiera esperó para dotar del insigne cargo al genocida a que ganara la guerra, hubiera tenido razón si le hubiera investido de ese cargo el 1 de abril de 1939 cuando se produjo su entrada triunfal en un Madrid arrasado por los bombardeos de los traidores. Le habría servido al menos para ser preciso y volver a loar nuestra adorada transición que supuso un infame ejercicio de traspaso de poderes de la ley a la ley. Ya sabemos que nuestra democracia está conformada con los pilares intactos de cuarenta años de dictadura. Pero que al menos no nos roben la resistencia.
«Jefe del Estado desde el 1 de octubre de 1936 hasta su fallecimiento el 20 de noviembre de 1975″, aparece escrito en el auto del Tribunal Supremo que paraliza de manera cautelar la exhumación del dictador del Valle los Caídos». Aún resuena la infamia. Porque dotar de legitimidad al dictador cuando el pueblo se hallaba en plena lucha contra el fascio es despojarle de la más épica historia de resistencia popular contra la barbarie que se ha dado en siglo XX. No se les ocurra robar la memoria a los hombres y mujeres que armados con escopetas de caza y conformados en milicias voluntarias pararon durante tres años a un ejército bien entrenado que destruyó nuestra patria, nuestra querida España, apoyado por las potencias nazis y fascistas de Alemania e Italia.
Ganaron, claro que ganaron. Pero tuvieron que esperar al 1 de abril de 1939 para izar la bandera sobre la Telefónica. Hasta entonces la Constitución del 9 de diciembre de 1931 era la única ley soberana en el Estado español. Una Carta Magna heredera de la de Weimar ignorada y vilipendiada por esos constitucionalistas naranjas y azules, todos falsarios, que tienen que recurrir a la Pepa para enarbolar una ley suprema española. Los mismos que se consideran patriotas sin ser capaces de defender la Constitución más maltratada de nuestra historia mientras llaman golpistas a nacionalistas catalanes hiperventilados que duermen en Waterloo. Y todavía nos extrañamos cuando el más alto tribunal elige a Franco como Jefe del Estado en vez de a Manuel Azaña. Porque a España nunca llegó la paz, solo llegó la victoria.