Diego Igeño.
Estos días, con buen criterio, estamos viendo varios llamamientos de apoyo a diversos colectivos de Aguilar. Uno de ellos, el de los feriantes, grupo característico de nuestra economía tanto por su tradición como por el número de familias que de él dependen. La cancelación de ferias y verbenas en toda Andalucía prevista para el verano –a lo que se unen pérdidas tan señaladas como las de Semana Santa o las ferias de Sevilla, Córdoba, etc.- les pone ante una situación crítica. Su reivindicación de ayuda, expresada en la gran concentración de vehículos entre Aguilar y Lucena, en las numerosas pancartas que vemos por doquier, en las reuniones con autoridades, justísima.
Igualmente, asistimos –y apoyamos- a una campaña emprendida desde el Ayuntamiento para que hagamos nuestras compras en el comercio local. El sobresaliente vídeo presentado estos días nos muestra la importancia de este sector en la economía aguilarense, pero, lo que es más importante, pone rostro humano a un grupo profesional cercano que siempre ha dado la cara por su pueblo, en las duras y en las maduras. En esa misma dirección, se dirige una “campaña” más modesta emprendida por Rafael Luque desde sus estados de whatsapp –supongo que también en otros medios- donde nos insiste cotidianamente en la necesidad de volcarnos sobre quienes dinamizan la paralizada economía Aguilar. Él, sin embargo, avanza un paso más y nos invita a invertir en Andalucía: que nuestro ocio, nuestro dinero, nuestros esfuerzos, en suma, se queden en esta Comunidad tan castigada por todos, ahora y siempre. Tiempo habrá para buscar otros destinos.
Por otra parte, vivimos intoxicados por otra campaña –esta absolutamente impresentable- contra la renta mínima. Desconozco dónde estará el origen, pero puedo imaginarlo. Las redes sociales arden con el mensaje de que estamos creando y manteniendo a una panda de holgazanes, que no van a querer trabajar en la vida; se acusa a la izquierda de “buenismo” cuando la izquierda, si es honesta, tiene la obligación de luchar por una sociedad más justa y, entiendo yo, que ayudar a quienes están sufriendo las consecuencias económicas de esta pandemia entra dentro de esta lucha. Esta acción no hace sino incidir en un estado de opinión cada vez más difundido por el que parece que el dinero público no debe servir para eliminar las desigualdades y acabar con las bolsas de pobreza, que tilda de “podemita” cualquier intento de amparar a los desheredados de la fortuna, provengan de donde provengan. El racismo, la xenofobia, el clasismo y el culto al capitalismo más oprobioso de ciertos sectores poderosos están al acecho. Y el problema es que a ello sucumben muchos insensatos que están al borde del caer en el pozo en el que se hallan a los que critican. Así de imbéciles somos.