Los archivos documentales y gráficos locales indican que la tradición artesanal del bordado ya se daba en nuestro pueblo a finales del siglo XIX de la mano de comunidades religiosas como la de las Hijas de la Caridad que estuvo establecida desde principios del siglo decimonónico en el antiguo Hospital de la Caridad.
Aprender a bordar en esa época era parte de la formación que toda señorita debía recibir para convertirse en una futura buena esposa y madre. Entonces la perspectiva de vida para la mayoría de las mujeres, luego de terminar su reducida educción o antes, era casarse y dedicar su tiempo al cuidado del hogar; es decir, a la crianza de sus hijas e hijos y a llevar el orden de la casa, esto último además de trabajar en labores del campo o de servicio domestico para ayudar a la raquítica economía familiar.
Con el apoyo de las monjas las niñas y jóvenes dedicaban gran parte de su tiempo a preparar sus ajuares como dote de casamiento, realizando prendas de vestir y de menajes para su futuro hogar (principalmente sábanas y toallas). En este contexto, el aprendizaje del bordado se iniciaba con la formación religiosa en la escuela de las monjas “La Milagrosa”, tal como muestra esta interesante fotografía fechada en los años sesenta del pasado siglo.