
En estos días en los que las nubes tormentosas cubren parte del cielo en las horas postreras del día, oscureciendo a un sol esplendoroso de tarde agosteña, he recordado que cuando joven, en días parecidos, en los que la cal de las fachadas de las casas se tornaba de un color canela. Mi madre me decía: “Es el sol de los gitanos”.