Diego Igeño

Los que hicimos la EGB en los setenta aprendimos muchas cosas en el colegio, pero también en las calles que en aquellos tiempos colonizábamos junto a perros y gatos. Hoy con el paso del tiempo hemos idealizado esa etapa de nuestra vida impulsados por la trampa de la nostalgia. Prueba de ello es la infinidad de vídeos, foros, grupos en redes sociales etc. en los que se cae en esa exaltación. Sin embargo, hay dos conceptos, muy en boga ahora, que entonces no nos enseñaron y que, por tanto, no conocíamos. Eso no quiere decir, sin embargo, que no existieran o que lo que describen no se estilara antes; simplemente que se llamaba a las cosas con otro nombre. Me estoy refiriendo a resiliencia y empatía.

Desde que leí por primera vez El Quijote me hice un incondicional, algo friqui, de los refranes y dichos populares. Demuestran la sabiduría nacida de la experiencia y de la observación. Son tan, tan prudentes que son capaces de hablar de una cosa y de su contraria. En ellos se recoge el significado de resiliencia cuando se dice, por ejemplo, que hay gentes que «han hecho de la necesidad virtud». Hay quien vincula esa actitud ante la vida con las enseñanzas del estoicismo del que nuestro paisano Séneca fue uno de sus principales cultivadores. Está claro, por tanto, que lo de sacar lo bueno de las malas situaciones viene de largo, lo mismo que nuestra capacidad, tan necesaria ahora, de encarar las dificultades con el mejor talante posible.

¿Y qué decir de la empatía? Desde hacía mucho manejábamos dos conceptos antónimos con los que nos habíamos familiarizado: simpatía y antipatía. Y ahora nos surge el tercero en discordia. El origen etimológico de los tres vocablos nos lleva una vez más al griego clásico y a un término de mucha enjundia: «pathos». Pero para no «irnos por los cerros de Úbeda», «vayamos al grano». El diccionario de la RAE la define como la «capacidad de identificarse con alguien y compartir sus sentimientos». ¿Es posible rastrear su significado en el refranero?  Evidentemente. Pero ahora vamos a cambiar el paso para buscar su contrario. Y ahí hallamos: «Antes mis dientes que mis parientes». Con esta frase se ilustra claramente la antítesis de la empatía y, lo que es peor, el tipo humano que más abunda en esta nuestra comunidad, el que antepone su interés personal a todo. ¿Conocen a algún ejemplar de esa especie? Supongo que muchísimos ya que «lo malo abunda» ¿Y a alguna persona empática? Eso es como «buscar una aguja en un pajar». Ahí lo dejo porque voy a acabar haciendo un homenaje a don Joaquín Calvo Sotelo, presentador de aquel programa de la televisión en blanco y negro de mi infancia llamado «La bolsa de los refranes». Sólo (n)os pido buenas dosis de resiliencia para el año recién estrenado (III de la Pandemia) y mucha empatía que nos permita, como mínimo, comprender las dificultades de quienes no «tienen el santo de cara». Aunque también, para economizar, podemos permitirnos el neologismo de reclamar mucha “resilempatía” a todo el mundo.

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