
Diego Igeño
Hace unas semanas anticipábamos en este mismo medio la posibilidad del estallido de una guerra. Hoy ya es una realidad. Comienza una etapa de máxima incertidumbre teñida de soflamas nacionalistas que, vengan de la extrema derecha o de la extrema izquierda, hablen de la defensa de la unidad y grandeza de la patria o de independencia, se están convirtiendo en uno de los grandes males de la sociedad actual por lo que esos movimientos tienen de intransigentes, xenófobos, imperialistas y desequilibradores del orden mundial.
El peligro nace de un sátrapa con todos los defectos posibles (egolatría, chulería, megalomanía, manipulación, etc.) y lo que es peor con todos los resortes en su mano para hacer el mal; una versión 2.0 de Stalin, deseoso de resucitar la dialéctica de los bloques y la guerra fría y con puño de acero contra la disidencia interior aunque deba envenenarla más allá de sus fronteras. Sus justificaciones de la agresión huelen a bazofia por todas partes: desnazificación de Ucrania, patria en peligro, provocación occidental, derechos de los territorios rusófonos, etc.
El resto del mundo ha asistido impávido a lo que podríamos llamar la crónica de una guerra anunciada. No sé en realidad qué papel podrían jugar las potencias occidentales porque…¿es sensato oponerse por las armas al loco de Putin y correr el riesgo de internacionalizar el conflicto?, ¿es conveniente precipitar la posibilidad de un caos nuclear?, ¿es operativo acudir sólo a las sanciones económico-financieras? Y por otra parte, ¿es posible poner de acuerdo a ingleses, americanos, franceses o alemanes por poner solo unos cuantos ejemplos?, ¿cómo actuaría China si esto pasase?
La debilidad de las democracias es una verdad incuestionable frente a los ataques de los tiranos. Ya lo hemos visto en otros momentos de la Historia. No son capaces de encontrar una respuesta adecuada y unánime ante los atacantes, ante las bravuconerias de los agresores. Pero sí presenciamos entre su ciudadanía unas buenas dosis de estupor y pánico y varias toneladas de hartazgo ante lo que se nos viene encima tras la crisis económica y la pandemia. Hace unos días decía Manuel Vilas que creía que su generación -que es la mía- no iba a vivir un cataclismo mundial, pero ya llevamos unos cuantos.
Hemos presenciado las reacciones de quienes han visto trastornadas sus existencias en Ucrania. Personas que, de la noche a la mañana, se han visto sumidas en una contienda, que han de correr a guarecerse en los refugios antiaéreos, hacer colas para comprar comida o sacar dinero, que se han convertido en refugiados, y que, sobre todo, temen constantemente por sus vidas y las de sus seres queridos y por los bienes por los que siempre han bregado.
Pero también hemos sido testigos de rusos presos de la intoxicación informativa de Putin que han aplaudido la invasión repitiendo como robots todas las patrañas difundidas por los medios afines al Kremlin.
Ponemos el punto final a esta breve reflexión acudiendo una vez más al refranero. Nunca ha venido tan a cuento el dicho “Dios los cría y ellos se juntan”. Al lado de Putin ya se han posicionado los mandatarios de Corea del Norte, Bielorrusia, Venezuela, Cuba, Siria, etc, es decir, la flor y nata de la canalla internacional. Si es que dan ganar de irse a llorar a la calle de la Llorería.