
Diego Igeño
Los últimos tiempos están siendo verdaderamente complejos para la ciudadanía española. Ello ha traído como consecuencia que el gobierno se haya tenido que enfrentar a escenarios muy complicados y afrontar decisiones no siempre entendibles ni compartidas por los gobernados; a veces, incluso, poco acertadas, por qué no decirlo. Un último ejemplo lo tenemos en la adoptada sobre el Sáhara que rompe los tradicionales posicionamientos en la política exterior española, cruza una de las líneas rojas de la izquierda, recompensa el imperialismo marroquí y, para postre, nos indispone con Argelia en el peor momento posible por la dependencia del gas argelino.
Los “media” de la derecha siguen a modo de ariete espoleando a la opinión pública contra un ejecutivo que ellos consideran ilegítimo (no comprendo la ilegitimidad de una moción de censura) y Frankenstein y que ahora tiene que lidiar con los efectos sobre los bolsillos de los españolitos de la guerra tras la invasión rusa de Ucrania. Algunos colectivos ya han articulado una respuesta contundente como los camioneros, pescadores o agricultores, atosigados por una situación ya para ellos insostenible. Otros apretamos dientes y puños, pero callamos.
En este clima detectamos la actuación torticera de ciertos partidos políticos que dicen defender España y que quieren adueñarse del legítimo descontento de muchos. Revestidos de piel de cordero, son lobos partidarios del “cuanto peor, mejor”, mejor para ellos, se entiende. Son los que aprovechan las coyunturas difíciles para crisparlas aún más con tal de socavar a quienes ostentan el poder. Una buena muestra de lo dicho lo vivimos en Aguilar hace un año con el desembarco de los voxeros. Otras las hemos soportado en los momentos más duros de la pandemia cuando era necesario remar todos en una sola dirección y lo único que hacían eran criticar, criticar y criticar, tratando de rentabilizar el miedo nacido de la incertidumbre. Ahora lo observamos cuando esos mismos grupos intentan capitalizar y manipular las protestas. Para ellos es muy fácil buscar culpables puesto que no tienen que dar cuentas de gestión a nadie y el uso y abuso de argumentos demagógicos entra en su ADN. Por suerte, la Historia nos ha enseñado sobradamente que aquellos politicastros que camuflan una ideología totalitaria -fascista, nazi, falangista- convirtiéndose en apóstoles del pueblo no son fiables y que a la hora de la verdad sus únicos intereses son los de las oligarquías que en realidad defienden y la del ejercicio del mando “manu militari”, a la vez que desprecian en su fuero interno a quienes ahora dicen apoyar y más tarde aniquilarán al más mínimo indicio de discrepancia. Tiempo al tiempo. No nos dejemos engañar por el canto de esas perversas sirenas extemporáneas.