El hombre animal

Martirio.                            

Muchas veces, cuando vemos los famosos documentales de la 2 sobre la naturaleza, nos sorprendemos de la actuación de los animales ante distintas situaciones en su lucha por la vida, tanto por su fiereza como por su ternura. Pero en el reino animal hay también clases, como en todo. En todo lo alto, y como Rey de ese reino, está el hombre con su inteligencia, su gran capacidad de comunicación y toda su tecnología a su servicio. Ya por debajo, pero muy por debajo, el resto de animales y plantas. Ese es el esquema tal y como el hombre lo ve. Pero esa no es la realidad. No es que el hombre esté por encima del resto de los animales. Es verdad que los somete y destruye pero no vale más que ellos. El hombre vive en otro hábitat, otra forma de vida, pero no deja de ser y de comportarse como un animal. Lucha por su territorio, por su comida, pelea por su status hasta que llega otro más fuerte que se lo arrebata. Un comportamiento típicamente animal lo estamos viendo últimamente en el hombre cuando actúa en manada. Les pasa como a las pirañas que, a poco que huelen a sangre, se lanzan todas a la vez sobre la víctima, ciegas de adrenalina. Estamos hartos de ver esas conductas en las violaciones o en las palizas grupales que están ahora tan de moda desgraciadamente. O en esas batallas campales en los estadios de fútbol donde dos hinchadas rivales se matan literalmente entre ellos, por un simple agarrón o una falta del juego. Pero tampoco tenemos que irnos a esos extremos. Una simple noche de cuartelillos se puede truncar en agobiante a poco que te juntes con unas cuantas compañeras de trabajo y salga en la conversación un tema en el que no todas estemos de acuerdo. A poco que haya una que crea todo lo opuesto de lo que tú piensas y, digamos, que sea de sangre más caliente y un tanto más beligerante y atrancada, a poco que tú, por no liarla, no te defiendas de primera hora y te achiques, la otra se puede ir subiendo y arrastrando con ella a las demás. Cogiéndote entre todas y vapuleándote como una muñeca de trapo de un lado para otro. Al final, lo único que consiguen es que te vayas a tu casa con la cabeza como un bombo. Todo esto le pasó a una amiga mía en la que una noche de compañeras de trabajo se le convirtió en una noche de quebraderos de cabeza.

   No somos tan distintos al resto de animales. Funcionamos exactamente igual que ellos y creo sinceramente que deberíamos de usar todo en lo que los superamos para diferenciarnos en lo bueno. Y pienso que, para empezar, podríamos copiar de ellos todo en lo que nos ganan, que no es poco.

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