Diego Igeño.

Todavía con el olor a incienso y la sordera agudizada por el ruido de tambores y cornetas, se me ha venido a la cabeza algo que no sé si alguna vez les ha pasado pero que en mi caso es cada vez más frecuente. Salgo de casa y cuando ya he andado un buen trecho me echo las manos a los bolsillos para comprobar que no me he dejado nada atrás. Y descubro que esta vez le ha tocado al móvil. Y toca desandar lo andado o, lo que es peor, subir lo bajado para enmendar el olvido. Gesto inútil. Si lo hubiese hecho antes de salir, me hubiera ahorrado unos pasos que cada vez me pesan más por un exceso de kilos o de años, no lo sé bien.

Mi vida, en efecto, transcurre entre lapsus y gestos inútiles que, por definición, no me sirven de nada sino para perder el tiempo y a veces también la paciencia. Una persona a la que admiro mucho me decía que eso es señal inequívoca de que me estaba acercando a los sesenta, década que en este caso concreto me temo que no tiene nada de prodigiosa. Yo me conformo pensando que no es una merma de facultades, sino una saturación de cosas en las que pensar. Pero, ¿quién sabe?

Otro ejemplo: hace unas fechas intenté razonar con quien no admite sino sus razones pues parte de la premisa de que siempre está en posesión de la verdad absoluta y los demás equivocados. Gesto inútil. Para un viaje que me acarreó incluirme en su extensa nómina de enemigos, no necesitaba las alforjas del diálogo sino probablemente las del desprecio.
Y así, una cosa tras otra, un gesto inútil después de otro, hasta el punto de llevarme a recalcular las razones de mi comportamiento y el automatismo de mis tics pues ambos parecen ya a punto de caducar «por la carrera de la edad cansados». De poco me sirve comprobar que personalidades de gran relieve también gastan su tiempo en gestos inútiles, como los gobernantes que decretan el prematuro fin de las mascarillas en interiores; o como los jueces que investigan a los desaforados que han campado por Madrid haciendo su agosto con la compra de cubrebocas. Al final todo quedará en aguas de borrajas. O lo que es lo mismo: ellos más ricos y nosotros más desencantados con el sistema. ¡Y todavía hay quien se cree aquello del camello por el ojo de la aguja y el rico en el reino de los cielos! 

Compartir:

Share on facebook
Facebook
Share on twitter
Twitter
Share on whatsapp
WhatsApp

Entradas relacionadas

Gracias

Diego Igeño ¡Qué dura es a veces la vida! ¡Y qué injusta! Traspasado por un dolor que me acompañará mientras viva, quiero aprovechar la ocasión que siempre me ha brindado

   Una de cortos

Martirio.                    Okupas    La vivienda se está convirtiendo en uno de los mayores problemas que tenemos que sufrir los españoles, y todo eso contando con que en nuestra Constitución

La Pobreza del desprecio

ENLACE AL ARTÍCULO DE OPINIÓN: «LA DESBANDÁ NO SABE DÓNDE VA» Hace aproximadamente cuatro años descubrí la historia silenciada de La Desbandá. Desde hace nueve años, se conmemora y rinde

“La cultura no se empadrona”

Es triste que dos grupos del pleno municipal, que se llaman de izquierdas, como son el PSOE y UPOA votaran en contra de poner el nombre de Almudena Grandes a