La otra (des)memoria (5): Francisco Cabezas Sotomayor

Diego Igeño. Francisco Cabezas Sotomayor, Papalín, es uno de los muchísimos aguilarenses que residen aún en la “novena provincia”. Su historia es la de tantos jóvenes que hicieron las maletas en la década de los sesenta para labrarse el porvenir en otras tierras. Buen conversador como es, no le ha costado demasiado rememorar los capítulos de su vida que culminaron con la emigración a tierras catalanas. Su padre, José Cabezas Romero, falleció a los 41 años siendo él casi un niño. Por ello, con las primeras letras bien aprendidas y consolidadas con maestros como don Antonio Gª Cuevas, don Miguel o don Julio Uñón, empezó a trabajar pronto para paliar la difícil situación de la casa. Entre sus vivencias de infancia, guarda la de ser llevado a los comedores del Auxilio Social a recibir la correspondiente ración alimentaria.

Comenzó su trayectoria laboral como aprendiz de albañil, siendo apenas un chiquillo, con Manuel Albalá León. La profesión le gustaba y el trabajo no le faltaba, entre otros, con quien luego se convirtió en uno de los principales constructores de la localidad, Manolo el Negro (Manuel Pérez Varo). Sin embargo, su carácter inconformista le llevaba a buscar algo más en la vida. Y ese algo lo encontró cuando, tras haber recogido algún dinerillo extra tocando en la banda de la Humildad durante la Semana Santa, puso rumbo a Cataluña. La memoria, pese a su minuciosidad le juega una mala pasada y no recuerda si fue el año 63, el 4 de abril, pero cree que sí, casi asegura que sí. Tenía 17 años. Entonces se fue a la casa de una tía que ya vivía en Hospitalet: Consuelo. Pronto, por mediación de otro aguilarense, Antonio “Bolsillones” halló trabajo en lo suyo y desde entonces no paró hasta el momento de su jubilación. Era frecuente en esas fechas encontrar por la zona a muchísimos aguilarenses tratando de buscarse la vida.

Recuerda que al año aproximadamente regresó al pueblo, pero tuvo buen cuidado en decirle a su tía que le sacara billete de ida y vuelta. Y cuando regresó a Hospitalet ya no iba solo, sino acompañado de su madre Manuela, de su hermana María y del pequeño Domingo. La familia al completo había emprendido la aventura de la emigración.

Al tiempo cambió de residencia y se fue a vivir con un primo. Ahí estuvo hasta que su madre consiguió un piso en la barriada de Bellvitge, donde se asentó todo el núcleo familiar. Por esas fechas, su hermana también había encontrado empleo en una fábrica.

En Cataluña encontró el amor de otra cordobesa, natural de Santa Eufemia, Librada Barbancho con quien se casó en 1974. Fruto de este matrimonio nacieron dos hijos que con el paso del tiempo desarrollarían la misma actividad de su padre, y que, en palabras del propio Paco, siempre se sintieron muy atraídos por Andalucía.

Pese a su carácter impulsivo que le lleva a no soportar las injusticias, nuestro protagonista nos dice que nunca se sintió discriminado en tierras catalanas, al contrario, pues tuvo la suerte de encontrar en su trayectoria muchas personas que le ayudaron y le hicieron aprender y mejorar en su profesión. Con cariño recuerda los nombres de dos de esas personas: Miguel Vives Casas (quien lo metió en un curso en una escuela industrial para aprender planimetría) y Noé Font Jordana.

Hoy a sus 75 años asegura que nunca se planteó retornar a Aguilar, aunque, eso sí, siempre la ha tenido en su mente. Aquí ha adquirido una vivienda para pasar largas temporadas, conversar con sus gentes, recordar episodios de antaño e interesarse por todo lo nuestro. Su deseo de conocer los entresijos de la historia local lo hacen un lector empedernido, su espíritu crítico le hace desmenuzar la realidad de Aguilar y de sus vecinos.  Y, a veces, sumido en la nostalgia rememora las muchas fatigas pasadas en su infancia y primera juventud, desarrolladas en la calle Membrilla.

Y una anécdota final: entusiasta del flamenco, ha visto cómo sus hijos son también grandes aficionados y, con orgullo familiar, lucen el nombre artístico de “Papalín Grande”, el mayor José Manuel, guitarrista; y “Papalín Chico”, el más pequeño, Francisco, cantaor.

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