
Carmen Zurera Maestre
“Cada verano es el mismo agobio: me veo encerrada en casa con un niño que es gran dependiente y va a pasar todas las vacaciones solo.
No puedo más.
Necesito descansar.”
(Estrella Perera. Villafranca de los Barros-Extremadura)
Después de dos años de pandemia se flexibiliza todo y andamos como locos intentando hacer lo que no pudimos durante ese tiempo de restricciones. La primera semana santa, la primera feria, la primera salida de vacaciones masivas después de haber vivido esa limitación de movilidad que tanto nos asombró por ser la primera de nuestras vidas debido a causas sanitarias.
Estábamos deseando que llegaran las vacaciones para embarcarnos en cualquier actividad que nos alejara de obligaciones o trabajos. Precisamos recuperar ese tiempo de desconexión que tanto necesitamos para poder dosificar nuestras fuerzas el resto del año. A tu alrededor oyes conversaciones de gente que comparte sus planes de viajes o escapadas. Ves a personas que van y vienen, maletas, sonrisas, impaciencias porque no llega el día de salir corriendo.
Cuando leí en Facebook la cita del comienzo de este artículo de Estrella Perera, recordé la cantidad de personas a las que conozco que viven esa situación, y pensé en la diversidad de mundos paralelos que conviven casi sin rozarse, sin ser conscientes verdaderamente los unos de los otros.
Hay personas que van marcando los tiempos de su vida por periodos donde pueden cambiar de actividad (ocio, trabajo, colegios, días lectivos, vacaciones, antes de la pandemia, después de la pandemia) y otras, que viven un tiempo lineal entre cuatro pareces desde el momento en el que se convierten en seres dependientes a merced de quien pueda o quiera cuidarlos.
Cuatro paredes, una cama, silencio, cubrir las necesidades básicas de alimento, aseo, sueño… día tras día sin saber hasta cuándo. También pensé en las cuidadoras, esa mayoría femenina que renuncia a su vida para atarla a la de sus seres queridos sin esperar nada a cambio. Sé que, en nuestro país, en nuestra región, existen recursos de respiro familiar para que las cuidadoras o cuidadores puedan disponer de un tiempo para ellas. Sin embargo, muchas se sienten culpables si utilizan esos recursos porque no pueden imaginar que sus seres queridos sean cuidados por otras personas mientras ellas dedican el tiempo a ver una película, tomar un café con amigos o disponer de unos días de vacaciones a solas, haciendo lo que les pida el cuerpo hacer. Entonces manifiestan sufrir de soledad no deseada, depresión, angustia, estrés, de impotencia por no poder cambiar la realidad de su ser querido ni la suya misma, de un cansancio acumulado que va minando su energía vital.
La sociedad lleva tiempo cambiando. A unas zonas llegan las evoluciones más tarde que a otras y normalmente en los pueblos, suele llegar muchísimo más tarde que en otras zonas más urbanas y cosmopolitas; pero lo que es incontestable, lo que ya está demostrado es que las cuidadoras y cuidadores deben cuidarse para cuidar, siendo conscientes de que esa es la mejor medicina de la que pueden disponer para afrontar la tarea que han decidido realizar con suficiente fuerza y ánimo.
No todas tienen una red familiar, vecinal o de amistad que las apoyen, pero sí existe una red pública o privada para quienes carecen de ella ¡Qué enorme suerte tenemos!
Ojalá que las cuidadoras o cuidadores que se hallen en esta situación encuentren la motivación suficiente para descubrir que su vida es tan valiosa y necesaria como para darse un tiempo, por muy breve que sea, para alimentar su alma y sus propias necesidades. No sólo podrán dar lo mejor de sí mismas, sino que además podrán reconocerse como personas individuales que tienen el derecho y la obligación de preservar su buena salud mental y emocional. Son verdaderos pilares del estado de bienestar, estén o no reconocidos formalmente.