
El sol mañanero se cuela entre las verdes ramas de la foresta que da apariencia de selva al viejo jardín de la bodega más emblemática de Aguilar. Finaliza septiembre y con el nos llega el tránsito del verano al otoño y los días de mayor plenitud del año, cuyo final comienza a atisbarse en las hojas de los árboles que cambian su color verde por tonos ocres. Las primeras que se secan y caen, ayudadas por el viento que sopla con mayor fuerza, formarán en espacios de frondosa arboleda una delicada alfombra por donde caminarán los recuerdos de ida y vuelta. Es como un bosque de luces y sombras que juegan al escondite con el aroma de los vinos más refinados de Toro Albalá.