
Recuerdo que en mi infancia pasé algunos años el día de Reyes en un cortijo “Acasinoche”, pues en aquellos lejanos tiempos –ha transcurrido más de medio siglo- “la bará” de aceitunas negras se iniciaba “pa la Purísima” y concluía bien entrada la cuaresma. Había años en los que la estancia en el cortijo se prolongaba hasta cuatro meses, por lo que muchas familias se arranchaban al completo, incluidos los críos chicos.
A pesar de ello, la ilusión de los niños que fuimos, no era menor que la que tienen hoy día nuestros hijos y nietos; pues, aunque a aquellos lejanos caseríos de Colín, Llanos de Luna, Don Pedro, Zamacón, Bozahierro, Pajarito, Moco, …. etc, no llegaban su Majestades, siempre tuvimos los mejores reyes que se podían tener, que no eran otros que el cariño y amor de nuestros padres que, recorriendo largos trayectos en bicicleta, venían al pueblo para que no nos faltase en tan señalada mañana, al menos, un canastico lleno de duros antiguos, jamoncitos, sombrillitas, botellitas de chocolate ….,
Qué nervios cuando amanecía el día de Reyes entre los olivos, y que profunda emoción; con qué fuerza nos latía a los niños el corazón.
Fotografía cedida por Ángeles Calero Palma.