En cualquier lugar o calle del pueblo, en el barrio bajo y en el alto, en los lugares más escondidos o en los más transitados, detrás de una misteriosa cortina, se descubría la taberna y su tabernero. La imagen usual era un mostrador de mármol y de madera muy limpio y unas estanterías que mostraban recuerdos y colecciones de vasos y botellas de distintos tamaños.
La taberna era en aquellos tiempos el lugar de encuentro y avenencia diaria de la mayoría de los hombres del pueblo, jornaleros y labriegos asiduos al tabernáculo donde se glorificaba al vino con el rito diario de beberlo en compañía de los parroquianos asiduos a cada tasca.
Tabernas populares, sin abolengo, pero con historia que marcaron la vida de nuestros padres y abuelos, y que fueron referente para las generaciones de aguilarenses que dejaron en ellas su huella personal y colectiva. Algunas quedaron eternizadas en añejas fotografías en blanco y negro que perpetuaron su memoria.
La que mostramos en esta imagen corresponde al patio de la casa de la esquina de la calle La Tienda y Fuentecita, antes de que fuese adquirida en 1974 por Antonio Cabezas, quien continuó el negocio con el nombre de “bar Antoñín). En el grupo de personas que aparecen en la instantánea se identifican por sus apodos a vecinos del Barrio Bajo. De derecha a izquierda están: Manolín “Boquete”, Frasquito “el Conejo”, “Pascualillo”, Calero, ¿…?; “Zambombita”, Antoñito “Pichita”, Pérez y Juanito “el lellón”.
Fotografía cedida por Ángeles Calero Palma.