
Carmen Zurera Maestre.
Oigo día sí y día no la noticia de que han asesinado a una mujer por violencia machista. Está tipificado qué es ese tipo de violencia. No me voy a detener a explicarlo otra vez porque no tengo fuerzas para hacer pedagogía. Tenemos otra baja entre las nuestras y eso ya no tiene remedio. A pesar de las medidas legales, políticas, sociales, psicológicas o de cualquier índole que se nos ocurra, seguimos teniendo bajas de mujeres insustituibles en el entorno que ocupaban.
¿Qué se puede hacer? Me pregunto una y otra vez. Hay quien ve la solución en la denuncia, pero ya sabemos que no es fácil. Aunque cada vez la sociedad está más concienciada, ser protagonista de una situación de violencia machista es tan complejo que nunca me atrevería a pensar en un único remedio.
La prevención, dicen otros. La educación. Los sistemas de protección…y así día a día, años tras año se desangran unas pocas (demasiadas) vidas mientras discutimos sobre ellas.
Cuando me hice responsable del área de igualdad, mi única experiencia en este tema era que yo soy mujer.
No fue hasta que no analicé mi experiencia como mujer, y la compraré con las de mis propio sexo; no fue hasta que no me interesé por cómo afectaba a nuestras vidas las decisiones que tomamos en función de nuestra educación y cultura diferenciada entre hombres y mujeres, que no me hice consciente de que arrastramos desigualdades aceptadas socialmente y que eso tiene consecuencias de todo tipo: emocionales, económicas, psicológicas, laborales…Para los hombres también, pero las suyas tienen una ventaja, la de la libertad que les ha dado la actividad laboral y económica y estar exentos mayoritariamente de los cuidados de los miembros de la manada. No significa esto que no haya hombres que cuiden de sus familiares, significa que lo están haciendo en los últimos tiempos y que son aún una minoría muy significativa. Bienvenidos a este espacio doméstico que debemos compartir.
Y ahora que soy un poco más consciente me pregunto por qué no hemos sabido transmitir esa certeza a nuestras generaciones posteriores.
Me gustaría que mi hija imaginaria encontrara las mismas oportunidades que cualquier hombre, que diera igual su aspecto físico y que pudiera competir por su capacidad o sus habilidades.
Me gustaría que tanto mi hija imaginaria como mi hijo tuvieran la misma dedicación hacia sus padres o sus hijos y que ambos fueran igualmente solidarios con sus familias.
Me gustaría que ambos trabajaran en lo que les gusta, que pudieran desarrollar todas sus potencialidades, que ninguno se quedara atrás, que nada ni nadie ejerciera un poder sobre ellos que les hiciera sentir indignos.
Me gustaría que si sus parejas no funcionan tuvieran la libertad de seguir sus caminos con respeto y aceptación, porque las personas no son propiedad de nadie.
O son LIBRES, o no SON