Muchas formas de ser andaluz y una de no serlo

Siéntase usted orgulloso de ser andaluz. Crecí escuchando esta cuña en la radio. Cada semana, por la emisión andaluza de la Cadena Ser desfilaba algún reconocido científico, jueza, artista, empresaria o político que respondía a la pregunta ¿qué es para usted ser andaluz? y contaba alguna anécdota sobre su infancia entre olivos de Jaén o dunas de las playas de Cádiz. Como todo colectivo maltratado, los andaluces hemos necesitado terapia para dejar atrás el daño sufrido y poder mirarnos al espejo. Porque a otros el cáncer de la dictadura les robó la posibilidad de hablar su idioma, pero a los andaluces, líderes no reconocidos en el ranking de represión, humillación y miseria, cuarenta años de fascismo nos robaron hasta el sentir. Las soleadas y rebeldes tierras del sur fueron oficialmente declaradas en aquellos días grises parque de recreo para señoritos, pulmón de pobreza emigrante para abastecer de manos baratas las fábricas del norte y bufona oficial del régimen.

Cuarenta años después de aquellos cuarenta años, todo por aquí ha consistido en tratar de salir de aquello. Con éxito. Las cosas en el sur han cambiado y lo han hecho para bien. Ahora sabemos que, más allá de recibir al señorito en la finca o contar chistes por televisión, hay muchas formas de ser andaluz, como decían también aquellas cuñas de radio. Hoy sabemos que es andaluza la abuela que convierte el balcón de su piso de 60 metros en un apéndice del Amazonas repleto de flores y olores, y su nieta que hizo carrera gracias a haber podido estudiar en la Universidad pública a la que no pudo ir su padre jornalero. Es andaluz el que salió a jugarse la vida aquel 4 de diciembre del 77 para que su tierra fuese respetada y reconocida, y el que hoy hace pintadas por las calles reivindicando una forma de hablar –cateto tú, que nontiende l’andaluh– todavía denostada. Es andaluz el que apostata y el que le reza a la virgen de su barrio en esta Sudamérica europea en la que gusta mezclar lo divino con lo popular. Es andaluz el de ocho apellidos andaluces y el vecino argelino que llegó al barrio y echó raíces. Es andaluz el artista de reconocimiento mundial y lo son los niños de la escuela pública que llevan décadas destrozando, cada 28 de febrero, el himno con el instrumento que se les pide a los padres por estas fechas para no meterlos en un aprieto económico, la flauta más barata.

Hay muchas formas de ser andaluz, pero la historia nos recuerda que hay una forma de no serlo. No es andaluz, aunque haya nacido a los pies de la Giralda, la Mezquita o la Alhambra, quien pretenda dar un solo paso en dirección a las sombras que tanto daño le hicieron a esta tierra. No es andaluz quien olvide que allí donde es parte del paisaje que los vecinos tomen el fresco juntos en la calle podemos hablar de comunidad en el mejor sentido de la palabra. Y que las comunidades nunca pueden estar en manos de los señoritos que las prostituyen. No es andaluz quien alimenta privilegios. No es andaluz quien pretende hacer negocio con la sanidad o la educación, las herramientas de labranza más valiosas que tiene y ha tenido este pueblo. Siéntase orgulloso de ser andaluz, decían aquellas cuñas de radio. Y, como la historia nos enseña, no olvide estar vigilante, deberían haber añadido. Feliz día de Andalucía.

Gerardo Tecé.

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