El Viernes Santo es la jornada grande de la Semana Santa de Aguilar. Un día de plenitud que nos dejó para el recuerdo estampas emotivas y memorables con el intenso fervor que se respira por las calles de la localidad al ver el transitar de las hermandades de mayor arraigo devocional, como son el Nazareno, la Amargura, El Cristo de la Salud, el Santo Entierro y la Soledad.
El alba del Viernes Santo nos trae las sacudidas emocionales que produce el oír el arrastre de las cadenas penitentes que abren paso a la imagen que concita la unanimidad en el fervor del pueblo. Siempre hay un antes y un después de contemplar al Nazareno cruzar el dintel de la puerta de San Antón en la parroquial del Soterraño. Un estremecimiento exaltado nos interpela y no colma el alma de sentimientos y nos atrapa en esa cadena generacional y devocional que une el pasado y el presente.
Esplendores del Viernes Santo que tiene en la Virgen de la Amargura el sumun del dolor sublimado en una mirada que traspasa y cautiva las pasiones. Como llora la Amargura nadie llora. Un sollozo místico de sentimiento contenido que prende en los corazones de los cofrades un arraigo devocional impasible por los siglos de los siglos.
Un día que arrancó con un sol de justicia que en las primeras horas de la tarde colmaba de luz el arrabal de la calle San Cristóbal donde los vecinos del Barrio Bajo se reencontraban con su devoción predilecta. Una bulla sonora invadía la amplia calle esperando la salida del Señor de la Salud y la Virgen de la Piedad. Contemplar su transitar por las calles constituye siempre una cátedra de devoción popular que se renueva cada noche de Viernes Santo in tempore.
Nada compendia mejor la tradición cofrade de Aguilar que ver al Santo Sepulcro bajando la “Cuesta de la Parroquia” envuelto en olor a azahar e incienso. Todo se torna silencio truncado por la música del Miserere que nos conmociona y cambia el tenebroso estado de ánimo que produce ver tan lúgubre escena. Toda una experiencia sensorial en un conjunto de destellos de luz, fogonazos de fervor a flor de piel al encontrarte con algo tan deslumbrante. Sentir que tu piel se eriza percibiendo algo único. ¿Cómo es posible tanta belleza?
Y la Soledad avanza en su estación de penitencia con los sones clásicos de la banda municipal por un entorno único (la calle Santa Brígida). Y… ha sido la música, la madrugá de Abel Moreno, escuchada con devoción en la oscuridad de la calle Arrabal, la que ha atesorado ese momento vivido que me hará recordar durante mucho tiempo esta noche pasada.
Resplandece cada Semana Santa la Virgen de la Soledad subiendo “la Cuesta” con la luz de las antorchas y entre los aplausos de unos fieles que dieron ese ánimo y apoyo necesario a los costaleros que portan a la imagen que de forma solemne y radiante cierra el Viernes Santo aguilarense.