El tiempo pasa inexorable para todas las generaciones, y, aunque uno se considere aún muy joven, las imágenes retenidas en el tiempo de los años de niñez o primera juventud, capturadas en nuestra etapa escolar, nos pone ante el espejo de la realidad, y esta nos evoca a decir aquello de: juventud divino tesoro, pues ya nos quedan un poquito lejanos aquellos inolvidables años de correrías en los patios del Alonso de Aguilar.
Memorizar era entonces sinónimo de aprender, algo que se conseguía «a golpes de palmeta y de algún sopapo que caía de imprevisto», como puede contar quienes cursaron sus primeros estudios en aquel colegio, o en cualquier otro, pues era practica generalizada en el plantel de maestros que realizaban su encomiable labor de enseñanza en esos tiempos.