Los pantanos de la provincia de Córdoba languidecen. La pertinaz sequía es la causante de que los embalses sigan presentando datos preocupantes y en descenso continuo ante la falta de lluvias. Sólo hay que echar un vistazo a las cifras publicadas por la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir (CHG) cuando se cierra el año hidrológico de 2023 -este 1 de octubre- y comienza el nuevo.
Según estos datos, los embalses de Córdoba apenas almacenan 475 hectómetros cúbicos de los 3.320 posibles, lo que constituye la cifra más baja de la última década a estas alturas de año, de acuerdo al Sistema Automático de Información Hidrológica (SAIH), lo que representa el 14,32% del total.
Hace justo un año, los 13 embalses cordobeses acumulaban 534,743 hectómetros, el equivalente al 15,6% de su capacidad.
El de Iznájar, que es el de mayor capacidad de Andalucía con 981 hectómetros cúbicos, también es el más importante de la provincia de Córdoba en cuanto a abastecimiento, puesto que suministra a toda la zona Sur y a parte de la Vega, hasta sumar alrededor de 300.000 vecinos. Pues bien, hasta el momento se encuentra al 15,29% de su capacidad, ya que el agua que acumula apenas suma 140,6 hectómetros cúbicos.
El pantano de Sierra Boyera está completamente vacío -apenas un 0,063% de agua-, mientras que el de Guadanuño dispone de 0,898 hectómetros cúbicos.
Los que ofrecen mejores datos son el de La Breña -uno de las que más agua descarga para los cultivos de regadío de la zona, pero el que recibe menos aporte de agua por parte del río Guadiato, debido a su bajo caudal-. Hasta la fecha, tiene acumulados 89,3 de hectómetros cúbicos almacenados, aunque representa un 10,8% de su capacidad, mientras que el de Bembézar se sitúa en el 33,2%.
La presa de Guadalmellato, por su parte, tiene 43 hectómetros –el 29,4% del total–, mientras que el pantano de Yeguas, que acumula 35,18 hectómetros (el 13,95%); Martín Gonzalo, con apenas 2,2 hectómetros (el 11,2%); Arenoso, con 23,2 (el 13,9%); San Rafael de Navallana, que abastece a Córdoba capital, con 59,1 hectómetros, el equivalente al 30,5% de su capacidad; Vadomojón, con 10,8; Puente Nuevo, con 30,6 (el 10,9%), y el Retortillo, con 6,6 hectómetros (el 15,2%).
Pendientes de la lluvia
Ante este panorama, las organizaciones agrarias alertan de los problemas que conlleva la falta de agua en los pantanos para el riego y también que no se empiecen a registrar ya precipitaciones. Una situación que afecta de igual manera a los cultivos y al sector ganadero de la provincia.
El presidente de Asaja Córdoba, Ignacio Fernández de Mesa, reconoce que la situación es «totalmente desafortunada; sino cambia el tiempo radicalmente, los cultivos no se van a producir y va a ser difícil mantener el arbolado».
No obstante, Fernández de Mesa confía en que se registren precipitaciones a medida que el otoño avance, aunque advierte de las altas temperaturas. Por ello, considera que «el futuro está en el aire, a 15 días no hay previsión de agua en el Valle del Guadalquivir». La ausencia de lluvia, continúa, pone en peligro «los herbáceos, que son los que hay siembra en octubre y noviembre».
Y claro, la falta de lluvia hace que no crezca la hierba y «los ganaderos tengan que comprar pienso», recuerda.
Fernández de Mesa echa la vista atrás para intentar comparar la actual sequía con la registrada en los años 90 del pasado siglo y es contundente. «Esta ha sido más persistente, más continua y ha habido menos lluvia», relata y admite que «en aquellos tiempos, no llovía, pero no era una situación tan asfixiante de los embalses; hay una diferencia porque aquello fue malo, pero ahora la situación es peor».
Que no llueva ha provocado también que, en algunos cultivos, como en el caso de los cereales, se haya perdido ya un 50 o un 60% de la cosecha. Por ello, el presidente de Asaja Córdoba no tiene reparos en asegurar que «la situación es un cataclismo».
El balance que hace el secretario general de UPA, Miguel Cobos, tampoco es alentador, ya que sostiene que ante el nuevo año hidrológico «las perspectivas no son nada buenas; ha sido un año dramático para el sector con la disminución de cosechas en todos los sectores». Como ejemplo, expone los datos de la campaña del aceite de oliva, donde se han recogido 144.000 toneladas, «muy por debajo de la capacidad productiva de la provincia de Córdoba, que puede llegar a las 300.000».
También él advierte de la caída numérica de las cosechas «en todos los cultivos herbáceos, sobre todo en los cereales, con un 30% menos». Un panorama desolador que se repite en el sector ganadero dado el actual déficit hídrico «porque no hay pastos en la dehesa, ni el campo».
Cobos también hace referencia a la sequía de los años 90 y el sí cree que entonces «fue peor porque los embalses se quedaron más vacíos y no se pudo plantar nada». Sin embargo, aclara que el inconveniente de la sequía actual, además de la poca lluvia caída, es la subida de las temperaturas. «Las sequías son cíclicas, pero ahora cada vez están una más cerca de la otra por el cambio climático», subraya.
Desde COAG, su secretaria general, Carmen Quintero, también ofrece un mensaje similar. «Las perspectivas son negativas. Se trata de una situación que afecta prácticamente a la totalidad del sector. Nos encontramos, en el caso de los regadíos, con que no tenemos los datos necesarios para saber si vamos a poder regar cuando las producciones lo necesiten, como ya ocurrió en la pasada campaña, cuando se han registrado pérdidas millonarias de producción, de empleo y de las explotaciones. Fincas de regadío que pagan sus impuestos, pero con una rentabilidad que se ha mermado considerablemente».
Quintero detalla que los cultivos más afectados por la falta de agua son los rotativos, las hortícolas de invierno. En este punto, anota que «no podemos hacer inversiones en semillas, abonos o fitosanitarios, por el alto precio que han aumentado por los costes de producción, si no sabemos si saben a producir los desembalses necesarios. Porque no se están adaptando el calendario de riego a las necesidades de los cultivos rotativos, y está impidiendo que los agricultores profesionales desempeñen su labor».
«Sabemos que hay un ciclo de sequía prolongado, que hay unos recursos hídricos determinados, pero no podemos viendo cómo se benefician un tipo de cultivos, que se ha promocionado desde la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir, como es el monocultivo del olivar super intensivo, leñosos, mientras vemos como las hortícolas están abocadas a la ruina», concluye.
Las propuestas: desde microembalses a fomentar el uso de las aguas residuales
Ante la continua falta de lluvia, las organizaciones agrarias reclaman la puesta en marcha de medidas para intentar paliar los efectos perjudiciales de la sequía. Desde Asaja, por ejemplo, piden más ayudas «ante la indefensión de los agricultores y ganaderos» y también que se revise la política de aguas. Otra de las peticiones que lanza es que «se favorezcan las infraestructuras necesarias para poder almacenar más agua», además de la posibilidad de reactivar el uso de las aguas residuales. Desde UPA, por su parte, consideran que el futuro de la agricultura pasa «por el regadío moderno, innovador, digital, la construcción de infraestructuras y la modernización del riego». Esta organización reconoce también que «quedan pequeñas obras» y defienden que se facilite «la construcción de microembalses o balsas» por parte de los agricultores para que «no se pierda ninguna gota». Por su parte, desde COAG han indicado que están a favor de «embalses ambiental y socialmente posibles, pero no solo las infraestructuras y la tecnología son la solución, primero ha y que poner orden y control en el uso de agua para riego». Así, sostienen que «las nuevas infraestructuras deben ser para paliar un déficit, no para ampliar. Hay que poner freno a grandes explotaciones de cultivos intensivos, priorización de los cultivos sociales y tradicionales, y la retirada de superficie de riego de cultivos insostenibles».