Encontrar en cualquier álbum familiar una foto escolar puede dejarnos pasmados al retrotraernos a una etapa de nuestra vida que subyace en la memoria que se activa ante imágenes de nuestro pasado que quedaron plasmadas en el papel fotográfico.
El tiempo pasa inexorablemente por delante de nosotros pues nos remontan a épocas pasadas que dejaron una huella indeleble en nuestros corazones. Así, cualquier instantánea de nuestra niñez y juventud puede ser contemplada durante horas, días e incluso años, y, a través de ella, caeremos en la cuenta de que el tiempo es una de las pocas cosas que nunca vuelve, que es completamente irrecurrepable y mientras más los desperdiciemos, más tarde será para volver a invertirlo con cabeza.
Hay momentos de la vida en los que, por distintos motivos, creemos que no vamos a encontrar el camino, y por tanto perdemos absolutamente todo interés por lo que nos rodea y nos invade un sentimiento de preocupación y desesperación.
Sin embargo, estos momentos vividos nos pueden aleccionar para entender que ante este tipo de situaciones no queda otro remedio que levantarse, mirar con optimismo hacia el futuro, y ponerse nuevos objetivos que relancen de nuevo nuestra vida.
Alumnas del colegio Alonso de Aguilar en los años setenta.