El día va cediendo paso a la mágica hora del ocaso, en la que la luz del sol se va despidiendo lentamente, dejando tras de sí un horizonte pintado con tonos morados y anaranjados.
La candela va cogiendo fuerza con el sonido de su crepitar, nos va envolviendo, nos calienta. Su luz dorada resalta la belleza arquitectónica y patrimonial de esta Plaza, sus llamas encienden un año más la tradición que perdura a lo largo de los siglos.
Los mayores y los niños emocionados se van sumando a la celebración, rodeando la candela, de proporciones majestuosas que lanza chispas luminosas hacia un cielo que se va llenando de estrellas.
Los niños y las niñas, con ojos brillantes y sonrisas llenas de emoción, han dedicado estos últimos días a preparar sus farolillos, en sus casas y en colegio, con su familia y con sus maestros, volcando su imaginación para dar forma a estas pequeñas creaciones luminosas.
Mientras, la Plaza principal se va transformando en el corazón de la celebración para acoger un acto muy singular: un juicio a una figura simbólica que representaba los errores y malentendidos del año anterior: “el Juilla”, representado por un muñeco vestido con harapos y travesuras pintadas. Con solemnidad y risas contenidas, los niños presentan sus acusaciones, enumerando las diabluras cometidas por “el Juilla” durante el año.
La gente del pueblo, con cánticos festivos y sonrisas cómplices, se van uniendo al juicio. La plaza vibra, mientras los niños y niñas relataban con entusiasmo las barrabasadas de “ el Juilla”. Las canciones populares resuenan en el aire, tejidas con notas alegres que envolvían la plaza en una atmósfera festiva.
Mientras se lleva a cabo el juicio, los lugareños se afanan en preparar delicias culinarias alrededor de la hoguera. Aromas tentadores que van llenando el aire, creando una sinfonía gastronómica que complementa la celebración.
Es el momento ahora de recordar la importancia de conservar nuestras raíces, de mantener viva la llama de la tradición. En esta danza de sombras y reflejos, encontramos la conexión con quienes nos precedieron, con sus rituales y celebraciones que aún reverberan en nuestros corazones.
Así como el fuego va consumiendo el ramón y los farolillos, la tradición consume las barreras del olvido. Es en este crisol de experiencias que forjamos nuestra identidad, fortaleciendo los lazos que nos unen como pueblo. La Candelaria, en su esplendor, nos invita a reflexionar sobre la importancia de preservar las costumbres que nos definen.
Gracias a todas las personas que os sumáis a la Candelaria.