Rafael Pino.
Si hay algo a lo que te enseña la vida, es a equivocarte.
¿Cuantos momentos entre estos cuatro muros junto al arco mozárabe?
Cuantas veces vi la lluvia a través de tus ventanas. Cuantos desvelos, deseos, sueños y verdades.
Noches de tormenta, pasos etéreos en un desván misterioso, donde el pensamiento nervioso tenía vía libre en su disentimiento.
Hay un mundo dentro de mi patio. Un patio que es particular, un patio único y especial para perderse entre sones flamencos, por soleares, seguirillas, fandangos o bulerías, donde la tertulia amena es una buena compañera de viaje.
El patio de mi madre, con las macetas de mi madre, esas que cuida con tanto mimo y cariño, esas mismas que visten de verde andaluz el contrapunto del blanco de la cal blanca que ilumina sus testeros.
Yo te conozco desde niño, incluso fui testigo de tu creación, y te visito todas las semanas, y todas ellas te observo, y me vienen recuerdos de aquellos tiempos donde fui feliz, ¡Muy feliz!
Los recuerdos tienen el poder infinito de viajar a través del tiempo para llevarte al sitio de tú recreo, allí mismo, a ese lugar mágico donde creabas tus sueños.
Ficus, pilistra, helecho y naranjo son los reyes de mi patio cordobés, alicatado a media altura, donde reina la dulzura y el azahar es cultura en primavera, donde el gorrión tiene posada, alimento y cobijo.
Mi patio verde y blanco, blanco y verde mi patio, el origen de un deseo. Mi patio, solo mi patio, el sitio de mi recreo.