
Mirar el casco urbano de Aguilar desde cualquiera de los cerros que rodean al pueblo constituye siempre un regocijo para los sentidos y un gozo indescriptible para los nativos de la villa campiñesa. Así ocurre en cualquiera de las estaciones del año cuando, tanto al amanecer o atardecer del día, contemplamos el encaramado caserío recortado en el horizonte.
Esta belleza se sublima en las indescriptibles puestas de sol en los atardeceres imposibles del estío veraniego, o en las tempestuosas tardes del invierno, cuando la transitoria hermosura de las nubes se reviste de un azul fortísimo supliendo momentáneamente al gris borrascoso que acabara por arebatarles la efímera belleza.
Foto: Mari Tere Romero Alba