
Diego Igeño
¡Qué dura es a veces la vida! ¡Y qué injusta! Traspasado por un dolor que me acompañará mientras viva, quiero aprovechar la ocasión que siempre me ha brindado Aguilar Digital para dar las gracias a las numerosas personas que me acompañaron a mí, a mis hijas y al resto de mi familia y amigos en el postrer viaje emprendido por la extraordinaria mujer que se me (nos) ha ido: la Ceci. Mi compañera, mi esposa, mi amante, mi confidente, la madre de mis dos maravillosas hijas, mi todo se vio rodeada del afecto y del cariño que, con una generosidad y una bondad sin límites, consiguió granjearse en todos cuantos la conocieron. Con todas esas muestras construiré los cimientos del edificio que nos resguardará de las inclemencias de una vida sin ella. Porque, por desgracia, ahora nos toca seguir solos. Pero fue tanto lo que sembró en nosotros que su recuerdo será el faro que nos ilumine, su sonrisa la meta que nos guíe y su amor la savia que, corriendo por nuestras venas, nos ayude a continuar.
Habrá también otros seres, aparentemente invisibles pero muy presentes en ella, que la echarán de menos: los muchísimos animales a los que cuidó porque los veneraba. Sentía por ellos una pasión infinita, superior a lo habitual entre los humanos. Heredada de su padre, el Lolo, la cultivó mientras sus fuerzas se lo permitieron.
Hoy está donde me pidió estar: en compañía de sus padres. Y aunque nuestras creencias no contemplaban otra vida tras la muerte, estoy completamente seguro que ha logrado la inmortalidad.