Los primeros institutos, las primeras promociones: deporte y vida escolar en el IES de Aguilar de la Frontera (años setenta)

En la Aguilar de la Frontera de los años setenta, cuando el país mudaba de piel y la educación secundaria comenzaba a abrir puertas a nuevas generaciones, el instituto —recién nacido en comparación con la tradición escolar primaria— se convirtió en un auténtico faro local. Aquellas primeras promociones de estudiantes no solo estrenaron aulas y manuales: inauguraron una forma distinta de entender la juventud, el esfuerzo y la convivencia. Entre pizarras verdes y pupitres de madera, el deporte se convirtió en la argamasa que unió a cursos, barrios y familias.

El crecimiento demográfico, la progresiva escolarización y el deseo de muchas familias de que sus hijos cursaran bachillerato impulsaron la vida del nuevo centro. Para la primera hornada de alumnos aguilarenses, asistir al instituto suponía algo más que superar asignaturas: era la posibilidad de prolongar estudios sin abandonar el pueblo, de imaginar oficios y profesiones antes reservados a unos pocos.

En ese marco, el claustro —docentes jóvenes en su mayoría, llegados de otras localidades, junto a profesores del propio entorno— asumió un doble compromiso: elevar el nivel académico y crear hábitos de vida saludables y comunitarios. El deporte, por su capacidad integradora, fue el gran aliado.

La educación cambia, las instalaciones mejoran y los planes de estudio se renuevan. Pero el espíritu que prendió en los setenta sigue siendo referencia: profesores que dan más de lo que se les pide y alumnos que descubren, en un balón o una carrera, una manera de ser y estar en el mundo. Esa es, quizá, la victoria más perdurable de aquellas primeras promociones.

Foto Cedida por Miguel Jiménez Lucena.

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