La sombra del Pernales.

—Mire usted—comienza diciendo el Sr. Carvajal—. Yo soy un hombre que jamás se sujetará á las imposiciones de nadie; dejé la política por lo mismo, y hoy, al ver que el Pernales y demás bandidos piden dinero á los propietarios con amenazas, he hecho el propósito de no dar un céntimo y he pregonado á los cuatro vientos mi decisión; el que tenga valor, que la imite, y el que no, que siga pagando.

 El Pernales ha jurado cortarme la cabeza y colgarla de un olivo; esto es público, pero no fácil, pues tengo demostrado quo no me arredran las bravatas, aunque procedan de hombres que tienen la vida jugada. ¿Ve usted este rifle? Es mi perpetuo compañero, lo manejo regularmente y estoy acostumbrado á exponer mi persona. -¿…?

—No lo crea usted. Tengo mis cortijos defendidos de tal manera, que si en ellos se presentaran serían dignamente recibidos; por otra parte, yo no me oculto, y á cualquier hora del día ó de la noche se me ve con mucha frecuencia por estos caminos. -¿…?

—El gobernador civil, Sr. Cano y Cueto, me escribió felicitándome; estuve en Córdoba hablando con él, y allí, en su despacho oficial, le propuse lanzarme al campo, al frente de seis hombres que yo mismo buscaría; mis condiciones eran bastante desinteresadas, pues sólo exigía que se me abonara el precio de todas las jacas que murieran de accidentes ocurridos en nuestras correrías; yo le prometí luchar con el Pernales y demás caballistas, y capturarlos, vivos ó muertos, en un término prudencial, y de estos propósitos, respondía mi propia persona, que, de no cumplirlos, hubiera quedado sin vida bajo un olivo. El gobernador me contestó que lo consultaría con el ministro; pero ya sabe usted que estas consultas suelen durar dos ó tres años.

Hemos pasado la estación de Puente Genil, y las jacas continúan galopando. De pronto, y entre la oscuridad, me parece distinguir la silueta de una persona entre dos olivos. Lo advierto á mis compañeros, y el Sr. Carvajal y el guía se lanzan del coche, parapetándose en la misma linde del olivar; desde allí dan el ¡quién vive! por tres veces; pero nadie contesta. Sin duda, ha sido ilusión de mis sentidos, obsesionados por la sombra del Pernales; el coche vuelve á ponerse en movimiento, y la conversación continúa.

 La Guardia civil –

i.…? -Respecto á la Guardia civil, yo creo que le faltan medios y dirección; además, la dureza en el trato suele alejar los confidentes. Yo, para los servicios que he practicado, recuperando infinidad de caballerías robadas; me he valido de confidencias, que he gratificado espléndidamente, guardando secreto sobre el nombre de las personas que me las han facilitado. Mientras la Guardia civil emplee la violencia para arrancar confidencias, tendrá en los campesinos y en los braceros sus más acerbos enemigos.

 -¿…?

—La persecución, conforme se está verificando, es sencillamente ridícula.

-¿…? 

—Si yo fuera jefe de la Guardia civil, vestiría á varias parejas de paisano, armándolas, no con el máuser, que las denuncia á la legua, sino con rifles Winchester, que tienen la ventaja de ser más manejables entre los olivos. Yo mismo, con varios oficiales, me disfrazaría, hasta de mujer inclusive, y viajaría por estos caminos en coche con muchos cascabeles y provisto de excelentes rifles. Los cascabeles de un coche atraen á los bandidos, y mucho más si divisan sombrillas de mujer. Crea usted que es un procedimiento algo gracioso, pero que daría excelentes resultados.

El problema del hambre.

-¿…?

—El bandolerismo es el efecto de la miseria, miseria más hondamente arraigada en la tierra baja, que comienza en Osuna; allí he visto yo las gentes comiendo pan que parecía amasado con hollín, y un tocino que tal vez lo despreciaran mis porros de caza; los jornales, cuando los ganan, son de tres y cuatro reales; aquí ganan cinco ó seis, y no pueden comer.

 La solución

-¿…?

—¡El remedio! Yo he pedido limosnas para los pobres, llagando á reunir sumas importantes, pero también sufriendo amarguras indescriptibles.

Yo propuse, desde las columnas de un diario regional, la creación de un fondo de calamidades, para evitar qua nuestros pobres braceros sufran hambre; dicho fondo se formaría con los siguientes ingresos:

Primer., —Por cada aranzada de olivar y fanega de tierra de secano, debieran contribuir sus dueños con 25 céntimos de peseta anualmente.

 Segundo. —Por cada fanega de regadío, 50 céntimos; y

Tercero. —La propiedad urbana con el tanto por ciento que se acordase, como asimismo los comerciantes ó industriales, que también contribuirían á esta obra de lucha contra el hambre. Este fondo, recaudado por anualidades adelantadas, sería depositado, para evitar responsabilidades, en el Banco de España.

Como todo donativo tiene su límite, una vez reunidos dos millones de reales los donantes cesarían en su gravamen voluntario.

Para la realización de esto proyecto propuse la creación de una Junta formada por individuos pertenecientes á todas las clases sociales. De asta manara, con fondo tan respetable, se podrían combatir las calamidades, y las autoridades llamadas á velar por la seguridad de las personas y propiedades ejercerían sus funciones con menos remordimientos de conciencia, porque el pobre tendría el pan seguro y el que robase sería ladrón por vicio, nunca por necesidad, como ahora viene ocurriendo.

Mi pensamiento, desgraciadamente, fue acogido con gran frialdad, y nadie, absolutamente nadie, secundó mis desvelos. Yo comenzaba por ofrecer, en nombre de mi señora madre y hermanos, la cuota correspondiente á mis propiedades.

En Los Moriles.

A todo esto, el coche ha dejado la carretera y avanza por entra los olivos, dirigido magistralmente por el Sr. Carvajal.

Llegamos á un cortijo propiedad del citado señor, y después de descansar unas cuantas horas nos sirven una suculenta paella, remojada con excelente Montilla. Tomamos café y continuamos nuestra excursión, llegando sin novedad á Los Moriles y haciendo alto en el lagar Benavides, propiedad del exdiputado D. Juan Burgos.

Mi primer cuidado es preguntar á los caseros sobre lo acontecido entre el Pernales y el coche del Juzgado de Aguilar, pero nos dicen que nada saben; en esto aparece por la puerta interior del lagar una pareja de la Guardia civil, con los ojos adormiscados; viste uno de los guardias de rayadillo y el otro de paño.

La pareja nos dice que no es cierto lo del Juzgado; nos cuenta sus apuros por aquellos terrenos, y uno de ellos afirma heroicamente que «está dispuesto á dejarse morir al lado de una cepa» (textual).

 No fiándonos de lo que la pareja nos ha contado, decidimos continuar nuestra excursión hasta Aguilar.

El coche atraviesa por extensos viñedos de color amarillento, como señal de una muerte prematura.

—Estos campos eran antes los tan celebrados viñedos de Los Moriles, hoy comidos por la filoxera; yo mismo tenía aquí un trozo de viña por el que me llegaron á ofrecer 8,000 duros; hoy no vale cuatro cuartos. Todo ha sido repoblado con vides americanas; pero ya puedo usted ver por el color de los pámpanos que esas cepas ni tienen ni tendrán arraigo en estas tierras.

Y dejando atrás Los Moriles penetramos en las calles do Aguilar, entro el asombro de los vecinos, que acaso toman como heroico nuestro viaje nocturno por unos terrenos que son el centro de las correrías del Pernales.

 D. Timoteo Sánchez.

Descendemos en la misma puerta de la fonda de Las Flores, situada en las afueras de Aguilar, y allí tenemos el gusto de conversar con D. Timoteo Sánchez, escribano de este Juzgado de primera instancia é instrucción.

Le suplíamos nos cuente lo sucedido al Juzgado en el camino de Aguilar á Zapateros, y afablemente comienza de esta suerte:

—Regresábamos de Zapateros, en un coche tirado por tres mulas, el juez, D, José Castillo, el médico D. José Paniagua, un hijo mío y yo; habíamos ido á practicar la diligencia del levantamiento de un cadáver. Al llegar á Los Moriles, muy cerca del lagar Benavides, propiedad del Sr. Burgos, vimos dos hombres montados en caballos y con todo el aspecto de ser los célebres bandidos el Pernales y el Niño de Arahal.

 Al divisarnos se apartaron del camino, colocándose entre dos olivos y viéndonos pasar con la mayor tranquilidad; no pudo ver cómo iban vestidos, pues la impresión que á todos nos causó tanta audacia nos dejó paralizados; rápidamente cruzamos ante aquellos dos hombres, y al llegar al lagar do D. Juan Burgos, en el que éste nos esperaba para apurar varias gaseosas, nosotros rehusamos el convite por la proximidad del bandido, y haciendo montar al Sr. Burgos, nos lanzamos por el camino de Aguilar al galope de las tres mulillas.

 —¿Pudo saber el Pernales que era el Juzgado el que iba en el coche?

 —Tengo la evidencia de que lo sabía por las numerosas confidencias que recibe, y porque, sabiéndolo, preparó un golpe de efecto como el que dio al gobernador en Lucena.

-¿…?

—Aquí, en Aguilar, hay muchas personas que aseguran haberle visto hablar con otros hombros en las mismas calles de la población.

Y, confirmada la versión, queda en pie que el Pernales, impunemente, custodia el paso de la Justicia, ya que la Guardia civil deja abandonados estos campos que son el centro de las correrías del Pernales.

Y después de despedirnos del escribano señor Sánchez, montamos otra vez y tomamos al galope el camino de Puente Genil, pasando por el mismo sitio donde el Juzgado encontró al Pernales y su compañero de correrías.

En todo el camino no hemos visto más que dos parejas de la Guardia civil; una dentro del lagar del Sr. Burgos y otra junto al paso á nivel de la línea férrea de Linares, y téngase en cuenta que la mayor parte del viaje lo hemos hecho con la fuerza del calor ó de noche, es decir, en las horas en que el Pernales acostumbra á viajar.

Al pasar por el cortijo Mequínez, propiedad del Sr. Carvajal, la casera nos obsequia con un gazpacho fresco y unos cuantos melones recién cortados de las matas. Y damos con nuestros cuerpos en Puente Genil, á las ocho dé la noche y sin novedad en nuestras importantes personas.

 El Capitán Tormenta.

 Puente Genil Agosto. 1907.

Fuente: España nueva (Madrid. 1906). 10/8/1907.

Dibujo del periodista, Capitán Tormenta, montado en la calesa, junto a Paco Carvajal, en su cortijo Mequinez. Texto extraído de Puente Genil Bandolera, página web

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