Desde la parroquia de San Francisco y San Eulogio, el Señor Caído de Aguilar emprendió ayer su camino hacia la historia, envuelto en el incienso y la emoción de un pueblo que lo venera desde hace siglos. Fue un día en el que la fe se hizo paso entre la multitud, y el corazón de Aguilar latió al unísono bajo la mirada serena del Cristo del “cuello sucio”.
Acompañado por los sones solemnes de la Agrupación Musical de las Angustias de Alcalá la Real, el cortejo avanzó lentamente por las calles del centro de la ciudad de Córdoba. Era un río de cirios y promesas que desembocó en la majestuosa Mezquita-Catedral, donde culminó el Magno Vía Crucis. Allí, entre plegarias y silencios, el Caído se alzó como símbolo de devoción y esperanza.
La imagen, obra del insigne Blas Molner de finales del siglo XVIII, volvió a conmover las almas con la serenidad de su rostro y la nobleza de su porte. A su paso, miles de personas llegadas de toda Andalucía sintieron el temblor profundo de la fe compartida, esa que no entiende de fronteras ni de tiempos.
Fue una jornada que quedará grabada con letras de oro en la memoria de los cofrades de Jesús Caído, que vieron cómo su Señor escribía una página inmortal en la historia de Aguilar. Porque cada lágrima, cada oración y cada nota de música tejieron un relato de amor y entrega que perdurará mientras su bendita imagen siga caminando por nuestras calles.
