
Navidad entre muros antiguos
Hoy, cuando las luces de Navidad encienden las noches del invierno y las calles se llenan de promesas festivas, la memoria me lleva inevitablemente a aquellos 24 de diciembre en el viejo Asilo de la calle Ancha. Entre sus muros gastados por el tiempo, la Navidad adquiría un significado distinto, más silencioso y profundo.
Allí, lejos del bullicio y de las mesas familiares, muchos ancianos afrontaban esas fechas con la pesada carga de la soledad. Sin embargo, el vacío encontraba consuelo en el cariño incansable de trabajadoras y voluntarios, que convertían cada gesto en un acto de amor. Una palabra amable, una mano tomada, una sonrisa compartida bastaban para aliviar la pena y transformar la nostalgia en un instante de calor humano.
En aquel edificio antiguo no sobraban los lujos, pero sí abundaba algo esencial: la capacidad de suplir, aunque fuera por unas horas, la ausencia de la familia. Para muchos, el asilo no fue solo un refugio, sino un hogar donde la Navidad se celebraba desde la empatía y la entrega.
Hoy, al ver brillar las luces en las ventanas, recuerdo que el verdadero espíritu de estas fechas no siempre está en los regalos ni en las grandes celebraciones, sino en acompañar a quien más lo necesita y en ofrecer amor allí donde la soledad amenaza con imponerse.



