El bipartidismo existe. No cabe duda. Es una constante en nuestra historia patria desde los comienzos del XIX: absolutistas y liberales, moderados y progresistas, liberales y conservadores, monárquicos y republicanos, azules y rojos (tal y como divide el mundo uno de nuestros jóvenes e ínclitos lectores). En la actualidad, separa a los seguidores del PSOE y a los de PP…
¡¡¡No!!!. Llegado a este punto me doy cuenta de que todo lo escrito es inexacto, una más de las falacias que nos cuentan los historiadores y los politólogos. Gracias Juan por tu ayuda, por haberme abierto los ojos. Por encima de estas divisiones ficticias existe otra mucho más sutil aunque más real, que presenta el agravante de que su línea fronteriza es dinámica, cambia de lugar sin apenas apreciarlo, de tal modo que, sin moverte de sitio, hace que unas veces estés a un lado y otras en el contrario. Los políticos son los principales valedores de este bipartidismo, pero no son los únicos. También lo practican quienes, de un modo u otro, tocan el poder. Además, se manifiesta con una virulencia atroz. La verdadera división de los españoles es entre miístas y otristas.
Pero…., ¿cómo identificar a sus seguidores? Es fácil. Los del Partido Miísta siempre son los que tienen la sartén por el mango, el derecho a todo. Son los que pueden hablar o callar, los que hacen o deshacen, los que eligen quiénes están con ellos o quiénes en contra. Son como dioses puesto que premian a los buenos (los míos) y castigan a los malos (los otros). Son los que se les llena la boca de prepotencia cuando dicen de los poderosos: “esos son de los míos”. Son los que nunca se sentaron a leer a Cánovas y no aprendieron aquello de que podemos ser adversarios políticos, pero eso no significa que seamos enemigos personales. Son los que envían la policía contra los disconformes. Son, en definitiva, los satisfechos con el status quo. Todos conocemos tantos miístas que es absurdo escribir ningún nombre.
Frente a ello, cabizbajos, tristes, los del Partido Otrista conforman la oposición. Son enemigos íntimos. Los miístas los desprecian, los vituperan, los vilipendian, los ningunean. Craso error. Porque las diferencias apenas son perceptibles y mañana la tendencia se invertirá para convertir a los miístas en otristas y los otristas en miístas. Y continuará girando la rueda del destino, pero esta vez en sentido contrario. Pase lo que pase, una parte de la ciudadanía se tendrá que preparar para realizar su travesía del desierto, mientras otra disfrutará de las prebendas de su opulencia.
Entre unos y otros, este país va como va. El egoísmo, la insensatez, la apatía, la falta de miras y la picaresca nos colocan a la cola de Europa. Da igual. Los otristas esperan, como agua de mayo, las elecciones del 20-N para iniciar una metamorfosis que les transforme como a Gregorio Samsa. Es posible que el día siguiente ya sean miístas por lo que, a la postre, todo seguirá igual. Continuarán la división y las rencillas, los trofeos para los que se sitúen en el bando miísta y las represalias para los que militen en el opuesto. Y, en medio, la inmensa y sufrida mayoría que, como meros espectadores, con cara de tontos ven cómo se les sigue utilizando como marionetas y se les conforma con las migajas del sistema democrático.
Ojo. Una última advertencia. Nadie es inmune a este virus. Esta latente en el interior de todos nosotros hasta el extremo de que nos “bipolariza”, nos transforma en una versión rediviva del Dr. Jekyll y Mr. Hyde. Andemos atentos a sus síntomas y, cuando los detectemos, actuemos en consecuencia.
Diego Igeño Luque