Ayer veía impresionado las imágenes de los últimos momentos de vida de Gadafi. Y no me gustaron, no me gustaron en absoluto. Entiendo que ha sido un tirano, un criminal, un sátrapa. Entiendo que ha dirigido Libia como si fuera su propiedad particular. Entiendo que ha violado sistemáticamente los derechos humanos y que, además, ha extendido su brazo ejecutor allende las fronteras libias, apoyando la acción de diferentes grupos terroristas de todo el mundo, entre ellos ETA.
Todo ello es de sobra conocido. Me cuesta mucho, eso sí, entender cómo ha sido ahora cuando los países occidentales se han dado cuenta de algo tan evidente. Los medios de comunicación nunca habían hablado del dictador, del tirano, etc, etc. Se referían a Gadafi como el líder libio o con un respetuoso tratamiento militar, coronel. Pero, claro, es que el petróleo de Libia es tan fundamental para todos nosotros que no nos ha importado volver la vista a otro lado y soportar sus excentricidades durante mucho tiempo. Pero, en fin, esto es harina de otro costal.
Siguiendo con el hilo de lo expresado al inicio, no me gusta su asesinato, porque sin duda alguna lo que han hecho con Muamar el Gadafi ha sido eso, un asesinato. Hemos visto cómo varios incontrolados lo han vapuleado, le han pegado, le han descerrajado cuatro tiros para matarlo y, finalmente, han hecho ostentación gráfica de lo sucedido (es alucinante comprobar que mientras matan a alguien el personal se entretiene, como si tal cosa, en grabarlo todo con su móvil). Y todos tan contentos. La prensa menos seria ya tiene su dosis de escenas morbosas para largo tiempo; la más sesuda sus titulares para hablar de lo que fue Gadafi y de lo que será Libia sin él (qué iluso soy: ¿realmente existen estos dos tipos de prensa?). Los libios felices porque se han librado de una dictadura que sobrepasaba los cuarenta años. La comunidad internacional radiante porque ya vuelve a controlar el petróleo. Y el Consejo Nacional de Transición satisfecho porque, una vez caída Sirte y muerto Gadafi, su victoria ya es incuestionable y se puede empezar la reconstrucción del país.
Espero, eso sí, por el bien de todos, que esa reconstrucción no quede en manos de los energúmenos que a sangre fría ejecutaron a Gadafi. Espero, también, que los partidarios del nuevo régimen no continúen masacrando como conejos a quienes fueron sus enemigos en el campo de batalla. Deseo que la bandera del nuevo estado libio se sustente en los principios de un estado democrático, regido por las normas del derecho. Por ello, habría sido necesario y conveniente que tanto Gadafi como sus seguidores hubieran purgado sus crímenes frente a un tribunal de justicia, legalmente constituido, y con las garantías que deben asistir a cualquier persona, haya sido o no un tirano durante largo tiempo. Como esto no ha sucedido, no me queda más remedio que considerar malos los cimientos sobre los que se va a construir el futuro libio.
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Diego Igeño Luque