No me dio la gana ver el debate entre los candidatos del PP y del PSOE a la presidencia del gobierno. No me apetece seguir comulgando una y otra vez con ruedas de molino y no soporto el que quieran venderme la moto de que sólo dos opciones son posibles en este puñetero país: una decididamente mala, la otra peor. Ambas me merecen, eso sí y a pesar de lo dicho, un gran respeto. Tanto como el que me merecen el resto de las fuerzas políticas que concurren a las elecciones del 20N, incluida la de los abertzales vascos (se llame ahora como se llame) si es cierto que han renunciado a la violencia para hacer triunfar sus aspiraciones.
En general, me gusta que en la vida no todo sea blanco y negro, disfruto con los matices, con los colores, con la diversidad, con las opciones, con la variedad. No entiendo, pues, por qué se piensa que tres, o más, son multitud. No me hace gracia que unos cuantos cráneos privilegiados (políticos, miembros del cuarto poder o quienes sean) se empeñen en cercenar la realidad y los legítimos deseos de tantos y tantas ciudadanas. Porque… ¿qué, si no, es lo que hacen al marginar del debate televisivo a opciones políticas que sumaron, si wikipedia no me engaña, más de tres millones de votos en las pasadas elecciones generales del 2008? ¿Es que queremos sustituir la dictadura del sable y el chusco cuartelero por la que nos imponen los mass media y los mercados? ¿Es que esos votos no tienen la misma dignidad y el mismo valor que los de los grupos mayoritarios? ¿Podemos permitirnos seguir por el camino de legitimar las exclusiones por razones numéricas?
No me da la gana seguir por ahí. Porque, para colmo se da la paradoja de que tanto esfuerzo por apuntalar el bipartidismo, a la hora de la verdad no sirve para nada. Repasando la historia de nuestra joven y desempleada democracia, nos damos cuenta de que cuando los electores no han otorgado mayorías absolutas, los encargados de formar gobierno han tenido que rendirse a las exigencias de algunos partidos nacionalistas, a los que tanto les daba aliarse con unos o con otros siempre que se barriera para su casa. Y que cuando se daban esas mayorías, el rodillo del partido gobernante acababa con el menor atisbo de diálogo y consenso.
Sobran las razones para no estar contentos. Sobran los motivos para que los españoles manifiesten su disgusto ante la situación del país. Sobran las discriminaciones, las corrupciones, los privilegios, los abusos, el derroche, las ganancias estratosféricas. Sobran el paro, los recortes, las subidas de impuestos, las bajadas de sueldos, de derechos, los desahucios, la marginación. Muchos de nosotros empezamos a creer que sólo una verdadera regeneración que ataque de raíz el cáncer que para nuestra convivencia supone el blanco y negro permitirá construir los cimientos sobre los que apuntalar un futuro de pluralidad y progreso. Porque, como cantaba Víctor Manuel hace unos años, “aquí cabemos todos, o no cabe ni dios”.
Diego Igeño Luque