Desde 1929 a 1940 casi 1500 personas sin recursos fueron enterradas por el Ayuntamiento de Aguilar de la Frontera en fosas comunes de beneficencia. Hoy, nadie se acuerda de ellos, nadie recuerda sus nombres, nadie les puede visitar.
“Uno sobrevive sólo como recuerdo en los demás. Cuando éstos desaparecen se ha desaparecido definitivamente. No hay inmortalidad, hay memoria.”Carlos Castilla del Pino.
Todos ellos tienen nombre pero este no figura en ninguna placa ni lápida. En algunos casos sólo un número o una breve inscripción en el libro de enterramientos de la época les diferencia. Fueron personas con nombre y apellidos y hoy son los últimos olvidados. Su pecado capital, morir sin recursos económicos. Muertos de enfermedades comunes y de hambre, fueron las víctimas de un tiempo no muy lejano marcado por la desigualdad social y económica. Personas olvidadas durante más de ochenta años en la fosa común de la Zona 5 del cementerio municipal de Aguilar de la Frontera. Bajo tierra, en el interior de humildes (cajas de madera en el mejor de los casos) yacen sus cuerpos en la austeridad de una fosa común no conocida, sin decoración, sin flores, bajo la tierra seca y polvorienta que un día sepulto sus cuerpos sin vida. Nada protege sus débiles restos, expuestos durante décadas a la intemperie y el temporal.
Fueron enterrados de beneficencia o caridad. Personas vecinas de esta localidad, de familias sin recursos o los que nadie reclama. A los que el lento paso del tiempo engulló en el cruento olvido.
Entre los más de 26000 metros cuadrados de cementerio se estuvo enterrando de esta forma durante más de 40 años (desde 1929 a 1976) y son muchas las fosas comunes de este tipo que se habilitaron para tal efecto (Solo en la década que va de 1929 a 1940, fueron enterradas por la caridad casi 1500 personas en 8 fosas comunes. Su ubicación se encuentra en zona más alejada de la entrada principal. Al final del cementerio, alejados de todo y de todos. Porque siempre fue a si…. como en el mundo de los vivos, en el de los muertos, también existieron clases. Tras su clausura fueron semi abandonadas y abandonadas después. Nunca se identificaron si se señalizo su ubicación. Sobre ellas el tiempo y el olvido hicieron que crecieran esos jardines naturales llenos de yerba seca y hojarasca, entre la suciedad y los escombros que sobre ellas se depositaron.
Nadie jamás se empeñó en evitarlo: ningún nombre pintados a mano en la lápida, una cruz improvisada , una placa de madera con un nombre tallado o flores en un tarro de cristal con agua alegran las tumbas de los olvidados. Las hojas escritas a mano del libro de enterramientos del cementerio, desgarran al leerlas, al leer sus nombres, sus edades, la causa de la muerte que les arrebato un día la vida, el nombre de sus padres, de sus hijos, de sus mujeres y de la calle donde vivieron han quedado así como únicos testigos documentales de la vida que un día tuvieron .
Junto a ellos, casi en el mismo espacio, se delimitan nichos normales, con inscripciones normales, de gente normal. A los cuales el recuerdo les permitirá prolongar su existencia. Sus familias no saben que a muy escasos metros casi comparten área con los no reclamados, los que yacen en fosas sin nombre, los enterrados de beneficencia. Son cientos, miles de cadáveres con identidad conocida, cuyos nombres no aparecen en ninguna inscripción. Sus efímeras e inexistentes lápidas no tienen color. Solo silencio. Olvido. En la zona 5. Y frente al silencio y al olvido, la constante injusticia perpetuada en el tiempo. Ante la austeridad de los olvidados, la opulencia de los demás. Panteones, tumbas de mármol, relieves de cruces y cristos incrustados en lápidas y relieves, fotografías y demás figuras religiosas. Flores y recuerdo. Silencio, olvido, fosas comunes en la Zona 5