images (3)Diego Igeño.

Debía de ser en torno a los años 78 ó 79 cuando realicé mi primera e inesperada visita al inolvidable Macondo. Era entonces un joven estudiante de BUP y, espoleado por mi profesor de literatura, Rafael Ortiz, di comienzo a un viaje iniciático por el mundo de las letras, un periplo que, por suerte, aún disfruto y que se ha visto marcado con los cientos de jalones que lo van conformando. Con anterioridad había recorrido las frías estepas siberianas acompañando al correo del zar o había surcado indómitos mares poblados de piratas y corsarios o había dado la vuelta al mundo en ochenta días; sin embargo, fue convertido en el coronel Aureliano Buendía cuando me abracé tozudamente al extraordinario universo del realismo mágico, a la maravillosa pluma de Gabriel García Márquez. Aún conservo aquel ejemplar de Cien años de soledad. Sus hojas amarillean y se han impregnado del inconfundible olor de los libros viejos, pero, a pesar de ello, nunca han perdido –ni perderán- la fuerza y la emoción que surgen de sus precisas palabras. Luego, Gabo, me propusiste otras lecturas, otros personajes, otras historias, aunque siempre la misma aventura, la que invitaba a este anónimo lector aguilarense a transportarse a rincones tropicales donde las muertes se anunciaban, donde había un coronel al que nadie le escribía, donde se desarrollaban los funerales por la Mamá Grande, donde el general Bolívar permanecía encerrado en los laberintos de su propia vida. Porque nos permitiste penetrar en mundos imposibles, orlados de un halo mágico que proyectaba la realidad a una dimensión inaudita, gracias Gabo.

 Gracias Gabo porque por ti nos atrevimos a crear, a proyectar nuestra imaginación mediante las palabras, a intentarlo una y mil veces aunque nuestras pobres aptitudes nos revelaban la imposibilidad de un empeño baldío. Tú, sin embargo, nunca te rendiste a pesar de los duros comienzos. Tenías tan clara tu vocación que jamás cejaste en el empeño.

 Gracias Gabo porque nos demostraste –y contigo ya han sido tantos los ejemplos- que los grandes escritores no deben quedarse encerrados en su torre de marfil como pasivos espectadores de una realidad imperfecta, sino que tienen la obligación de asomarse al mundo que les rodea y empaparse de él para denunciar en voz alta las injusticias, las calamidades, las traiciones, los abusos de los poderosos. Nos ayudaste a soñar un mundo mejor, nos mostraste el verdadero camino, el valor del compromiso, la quimera de una revolución. Aprendimos que ninguna historia nos es ajena, que ningún drama humano debe dejar de conmovernos.

 Gracias Gabo porque de tu mano nos adentramos en nuevos territorios igualmente mágicos, parajes que habían sido desbrozados por otros inmortales hacedores de palabras enraizados en las profundas y mancilladas tierras suramericanas como Juan Rulfo, Octavio Paz, Alejo Carpentier, Mario Vargas Llosa, Ernesto Sábato o Julio Cortázar –cuánto te echo de menos Maga-.

 Hace unos días nos dejaste. Desde entonces nuestras vidas han perdido un poco de su brillo. Y aunque siempre nos quedarán tus obras, lamentablemente tú ya no estarás entre nosotros. Eso sí, tus cenizas, repartidas como fértil abono entre tu Colombia natal y tu querido México, harán germinar la esperanza entre los millones de parias que pueblan nuestro planeta quienes agradecidos te dirán: “Gracias Gabo, por tanto como nos ha dado”.

 

 

                                                      

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