Desde luego, este país ya no es España. Y no porque así lo hayan decidido nacionalistas de uno u otro pelaje, sino porque el comportamiento de sus elites lo han convertido en una versión corregida y aumentada del Españistán que ha hecho furor en la red. Al final, Alfonso Guerra tenía razón: A España ya no la reconoce ni la madre que la parió. Pasen y vean:
Resulta que a un “honesto” dirigente ugetista, batallador donde los haya, se le había olvidado declarar la insignificante cantidad de 1,5 millones de euros (unos 250 millones de las queridas pesetas). Y resulta que ahora lo que al PSOE más le molesta es la filtración que ha dado a conocer la noticia. No desconfiamos del buen criterio del mencionado señor: a buen seguro habrán sido empleados en sanear las economías de los muchos mineros que, a fuerza de reconversiones y crisis, se quedaron con una mano delante y otra detrás.
Resulta que un señor consejero bancario se ha entretenido en ir sacando, tacita a tacita, más de 300.000 € de su tarjeta opaca. No desconfiamos de su buen criterio y seguro que han sido empleados en dos cuestiones de suma trascendencia: primero, en tapar el agujero negro que adorna las cuentas de su partido en Madrid; segundo, en echar una mano a los miles de compañeros, de esos que religiosamente (con perdón) pagan sus cuotas para el mantenimiento de la formación que aquel señor representa.
Resulta que nuestro desgobierno, gallegamente despresidido por Mariano Rajoy, decide porque así somos los españoles, gallardos y altaneros, traernos a dos enfermos de Ébola para enterrarlos aquí, en España. Resulta que, entre guantes de goma pegados con cinta carrocera, tallas del traje de seguridad no apropiadas –o quizás médicos más grandes de lo debido, es otra forma de verlo- y otras zarandajas, minucias sin importancia como no disponer de un hospital de nivel 4, no preparar debidamente a los profesionales asignados, etc., etc., en resumen, hacer las cosas “à la va-vite” que dirían los franceses, hemos conseguido el triste record de ser el primer país no africano donde se propaga el maldito virus –hay que ver, eso sí, qué bien se nos da ser los primeros en todo lo malo y los últimos en lo bueno-. Pero todo eso no importa porque por encima de todo debe quedarnos claro cómo nuestro gallego presume de las felicitaciones del resto de socios europeos por lo bien que estamos llevando el asunto (si no fuera por su sordera, hubieran llegado hasta sus oídos las carcajadas atronadoras de esos colegas, si no fuera por su ceguera habría visto hace tiempo que este pueblo no se merece a esos líderes). Pero, en el fondo, el asunto es tan grave que no podemos ni imaginar dónde nos llevará. Bueno sí, me atrevo a avanzar un pronóstico: nuestra ministra no dimitirá.
Resulta, por no hacer demasiado largo este artículo, que la única víctima de este desgraciado caso ha sido el más inocente de todos: un pobre perro de nombre mítico, Excalibur. Como estamos rodeados de lumbreras, hay quien se ha tomado al pie de la letra el dicho “muerto el perro se acabó con él la rabia”. No queridoamigoquetomalasdecisiones. A los culpables hay que buscarlos entre los que deciden erróneamente, no entre quienes sufren las consecuencias. Es a esos dirigentes a los que hay que poner en cuarentena. Es a los cantamañanas que atropellan diariamente nuestra salud, nuestra formación, nuestro empleo, nuestros derechos, nuestras convicciones, nuestros anhelos y nuestros sueños, a los apoltronados en sus mullidos tronos cimentados con nuestros votos, los que merecen ser encerrados en una oscura caja de cartón y llevados a la perrera, incomunicados, por una centuria (o más).