Diego Igeño Luque
No soporto muy bien el frío. Vivir en una isla pequeña me hace sentir claustrofobia. Le tengo miedo a los volcanes. Me encanta el bullicio, el ruido, el sol. Se me dan mal los idiomas complicados llenos de signos extraños y de consonantes amontonadas. Pero, a pesar de todo eso, quiero ser islandés. Quiero vivir en un país donde existan estas palabras en el diccionario: “reisn” y “störfum”.
La primera la ha utilizado la sociedad islandesa en su conjunto; una sociedad, por lo que se ve, poco acostumbrada a los escándalos y a la corrupción; una sociedad con un grado tal de conciencia que, tras ver el nombre de su primer ministro implicado en los famosos papeles de Panamá, se ha tirado a la calle a exigirle que se vaya. Han hecho gala de una “reisn” que para mí la quisiera. Supongo que allí el fútbol y la religión no darán mucho de sí, porque en nuestra Piel de Toro cuando ocupamos las plazas solemos hacerlo –salvo alguna honrosa excepción- por alguna de esas dos razones.
La palabra “störfum” está relacionada con Sigmundur David Gunnlaugsson –¡ven lo que les he dicho del idioma!-.La presión en la calle, conjugada con la realizada por los partidos de la oposición –¡ay pillines!- ha sido suficiente para que dejase el cargo que ocupaba, ni más ni menos que el de primer ministro, o sea, el mismo que aquí, con otro nombre, desempeña el ínclito Mariano Rajoy. No ha sido necesaria una condena en firme de ningún juez, ni siquiera una implicación para que el islandés cogiera el portante y a otra cosa mariposa. Se ve que los hechos coordinados de ¿saber? que ha actuado mal –si no jurídica, sí al menos éticamente-, de que sus electores se lo demandan y de que, además, le han afeado su conducta han bastado para tomar la decisión. Como las comparaciones son odiosas, y además no dispongo del espacio suficiente para hacerlo –necesitaría más papel que Cervantes para escribir el Quijote-, no voy a asomarme a la realidad española para analizar los numerosísimos casos de corrupción, apropiación, falsedad, prevaricación, manipulación, chulería, prepotencia, tergiversación, exhibicionismo, etc. que salpican no solo nuestra vida pública sino también privada y que se extienden desde la más alta instancia del Estado –ya saben- hasta el último pringaíllo –y sálvese el que pueda-.
Una última nota aclaratoria: No es que uno hable islandés –hasta ahí podríamos llegar-, pero gracias al maravilloso internet he sabido que “reisn” es dignidad y “störfum” dimisión, dos palabras que, admítanlo, no se utilizan apropiadamente en nuestro idioma, pues solo se confiesa digno quien no lo es, y el verbo dimitir se usa para que lo conjuguen otros.