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Si  metemos el brazo en la bolsa de la memoria y sacamos lo primero que encontramos, seguro que muchas imágenes, por simples que sean,  están impregnadas de felicidad. Entre ellas abundarán los recuerdos de tu infancia, vinculados a lugares o gentes que dejaron una huella perenne en las primeras etapas de nuestras vidas. Qué duda cabe que para quienes, aun sintiéndonos jóvenes, estamos a punto de superar la barrera de los sesenta años, una de esas imágenes fijas de felicidad se vincula con alguno de los puestos de golosinas que se repartían por la geografía urbana del pueblo.

El Cronista de la Ciudad, Diego Igeño Luque, ha rememorado este hecho con un exquisito texto que acompaña a la Imagen Vivida que presentamos con el número 429.

Los niños se han pegado siempre como lapas a los puestos de chuches, con el consiguiente fastidio de sus progenitores. En mi infancia recuerdo los kioskos de Monturquillo, Jazmines, Antonio el cojo, y también el carrillo de Zamora (Francisco Valle Fernández), situado en la calle Mercaderes, junto al Manicomio. En la foto de los años 60, vemos a Zamora junto al inefable Juanito, toda una vida dedicada al gremio de los bares.

Foto: Gran Bar.

Texto: D. Igeño.

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