Diego Igeño Luque
Iniciamos una serie de artículos dedicados a dar a conocer un período poco estudiado en nuestra localidad, la posguerra, que se convertirá –espero- en el tema de mi futura tesis doctoral. Y lo primero que vamos a hacer es tratar de encuadrar cronológicamente un concepto que dista mucho de ser unívoco. Aunque parece claro que el año de arranque debería de ser 1939 –si bien tampoco en esto hay unanimidad-, más difícil es precisar cuándo finaliza. Se proponen varias fechas según los estudiosos: 1945, final de la II Guerra Mundial; 1953, firma de los acuerdos con los Estados Unidos y el Vaticano, que suponen el principio del fin del aislamiento del régimen; 1959, por la puesta en marcha del Plan de Estabilización Económica que comienza el extraordinario desarrollo vivido en los sesenta… Todas ellas son probablemente válidas, pero yo me he decidido por fijar como fecha final la de 1950, por ser entonces cuando las comisiones gestoras de los Ayuntamientos son sustituidas por los Plenos. La razón: al ser este un trabajo de ámbito local, creemos conveniente que una modificación de tal calibre en los consistorios nos sirva de argumento cronológico definitorio.
Dicho esto, y antes de sumergirnos en el estudio del lapso fijado, vemos pertinente trazar una panorámica de los antecedentes que nos llevan al 1º de abril de 1939, día en el que Francisco Franco firma el último parte de guerra en el que se comunica la derrota del “Ejército Rojo” y la consecución de los últimos objetivos militares.
Como ya hemos precisado en otras ocasiones, la guerra se caracterizó en Aguilar por los siguientes ítems:
1.- Triunfo de la sublevación en el primer momento, con una resistencia mínima de los defensores de la legalidad. A partir de este hecho, en el pueblo solo se vivieron dos hechos bélicos propiamente dichos: los bombardeos de julio de 1936 y octubre de 1938. Esto no quiere decir que la guerra no tuviera presencia en Aguilar de la Frontera. Antes al contrario, su impronta fue asfixiante para los aguilarenses: combatientes en ambos Ejércitos, instalación de un hospital militar y un campo de prisioneros, acuartelamiento de tropas nacionales y extranjeras, manifestaciones de duelo o júbilo, actos de exaltación, etc.
2.- Sustitución de las autoridades municipales republicanas por otras vinculadas a los sublevados. Así, tras el mando provisional del general jurídico de la Armada retirado José Carrillo, la alcaldía es detentada primero por el carlista Juan Prieto Prieto y luego por el falangista –antiguo dirigente de la Unión Patriótica de Primo de Rivera- Francisco J. Tutón Mena. Al tiempo, las tradicionales oligarquías locales vuelven a hacerse con el control político de la localidad. Paralelamente, existe otra autoridad con un indudable peso en estos días, la militar, representada por el teniente de la guardia civil Sebastián Carmona Pérez de Vera.
3.- La diversidad política y sindical, propias de la II República, desaparece merced al decreto de unificación del 20 de abril de 1937 que, por una parte, suprime las agrupaciones políticas preexistentes y, por otra. se crea Falange Española Tradicionalista y de las JONS como partido único. Al calor de la guerra, los vecinos se agrupan en masa en una formación que, antes del inicio del conflicto, tuvo en el pueblo una escasísima presencia. Progresivamente, se irán creando todas las ramas derivadas de la Falange: la Sección Femenina, el Frente de Juventudes, etc.
4.- La reactivación del espíritu religioso de la población y la omnipresencia de la Iglesia y sus manifestaciones en todos los ámbitos –públicos y/o privados- de la vida de los aguilarenses.
4.- Comienzo de una despiadada represión por parte de los sublevados que tuvo varias modalidades: el fusilamiento, la privación de libertad, la depuración laboral, la incautación de bienes, etc.
[Continuará]